Conferencia del Cardenal Paul Poupard: “La Iglesia ante las nuevas formas de Religiosidad y el Neopaganismo”

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Esta disertación del actual presidente emérito del Consejo Pontificio para la Cultura, presidente emérito del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, el cardenal Poupard, ocurrió el 1 de abril de 1998 en el Museo de Arte Moderno y Contemporáneo (Niza, Francia). Su análisis fue certero respecto de la actual transformación espiritual y cultural del mundo.

 

 

Habiendo estado encargado por décadas del encuentro y del diálogo con los no-creyentes y las culturas, viendo a los Obispos llegar a Roma cada 5 años en visita ad limina a rendir cuenta al Santo Padre de la vida de sus diócesis y a compartir con sus colaboradores sus preocupaciones pastorales, no deja de sorprenderme siempre la cuestión de las nuevas formas de religiosidad y de neopaganismo cuasi presentes, tanto en Asia y en África como en Europa, en América Latina y en América del Norte. Unos y otros presentan una situación preocupante a este respecto, una situación que yo mismo he podido experimentar directamente, en mis viajes a través del mundo. Yendo del Brasil al Zaire, y en California, haciéndome pasar el calendario tan rápidamente del corazón de África en vías de desarrollo a California, la parte más desarrollada del Estado más desarrollado del mundo, he tomado conciencia, con estupor, de la amplitud de este fenómeno global, vinculado a la emergencia de nuevas formas de religiosidad y de neopaganismo.

 

Para comprender este fenómeno, es necesario sin duda percibir el estado del mundo actual, un mundo en búsqueda de lo espiritual, pese a las apariencias, y que conoce –con formidable confusión- una verdadera mutación cultural. Desde el final del Concilio Ecuménico Vaticano II, este mundo ha cambiado bastante y la Iglesia también. No sólo la Iglesia Católica Romana, sino todas las Iglesias -Ortodoxa, Protestante, Anglicana, etc.-, conocieron dificultades crecientes al compartir su mensaje y a obtener una adhesión total a las normas de conducta que ellas enuncian -para los católicos, a través del Papa, los Obispos, el Concilio Ecuménico. Nos encontramos, ésta es la paradoja actual, ante una cierta indiferencia, e incluso una indiferencia notoria ante las formas tradicionales de la vida religiosa. Y al mismo tiempo, frente al derrumbe espectacular de la ideología marxista-leninista atea, a la que Robert Aron llama una religión secular, porque este movimiento laico habla siempre del mañana al que canta, pero demanda de hecho una adhesión religiosa a su programa. Estos mañanas han decantado y nos encontramos ante el vacío. Se ha llegado –ésta es la situación en particular en el centro y en el este de Europa- a una especie de escepticismo que se generaliza, marcado por una desconfianza muy grande frente a todo organismo grande, comprendida la Iglesia, que propone certezas.

 

Hemos estado verdaderamente escarmentados, puedo decir, desde hace años en materia de verdad. Para dar un ejemplo: el país más grande, el Imperio Soviético, editaba un periódico oficial que se llamaba Pravda (que en ruso quiere decir Verdad). Pero todo el mundo sabía que era la mentira cotidiana: lo que el poder creía útil hacer creer a decenas de millones de personas, durante decenas de años. Esta mentira institucional ha engendrado una desconfianza sistemática ante la palabra, como si esta palabra fuese un medio para la autoridad de mantener sometidos a sus súbditos. Por otra parte, si paso del centro de Europa al oeste, constatamos la crisis económica, la ausencia de perspectivas sociales, la mentalidad permisiva en el dominio moral, una sociedad que parece perder sus referencias tradicionales. Y como la naturaleza tiene horror al vacío, a medida que las referencias oficiales se esfuman o se tornan menos claras, las personas se vuelven hacia otros mensajes.

 

Esto es lo que pasa, es necesario tener la humildad de decirlo, con la emergencia de lo que llamamos los nuevos movimientos religiosos. Ya los profetas Jeremías y Ezequiel, en su estilo gráfico, nos lo dicen en el Antiguo Testamento. Recordemos estos textos: «abandonan las fuentes de agua viva y se dirigen hacia las cisternas resquebrajadas». Más cercano a nosotros, el Cura de Ars decía: «abandonaron a su Dios, adoraron a las bestias». Y bien, sí, el mundo ha hecho así que los sociólogos se hayan equivocado, al anunciar un deterioro ineludible y una privatización de lo religioso, cuando vemos surgir lo que los mismos observadores llaman un retorno de lo religioso.

 

Contrariamente a lo que pensaban los ideólogos, al final del último siglo, los positivistas, cuyo jefe de escuela más célebre es Augusto Comte, lo religioso no es un momento en la historia de la humanidad, frente a lo racional y lo técnico, sino que lo religioso es un componente de la naturaleza humana. Todo hombre es a la vez homo faber, el hombre que maneja las herramientas; homo sapiens, el hombre que piensa; y homo religiosus, el hombre religioso. Cada vez que lo religioso, transmitido por las Iglesias, se hace menos vivo y menos visible, las personas se van hacia los productos substitutos. He aquí, me parece, uno de los caracteres notables de la cultura de nuestro tiempo que explica, en parte, esta aparición de las sectas. En el diálogo con los no-creyentes, si se me permite esta paradoja, constato en el ateísmo una especie de crisis de fe, porque estoy convencido que el ateísmo es una fe: ninguna persona ha podido probar que Dios no existe. Es entonces una creencia o una fe lo que hace decir que Dios no existe. En momentos que el ateísmo oficial se ha derrumbado en el centro y en el este de Europa, en la parte occidental ha perdido su virulencia intelectual, es más que nada una increencia práctica. Como decían los antiguos: «las personas viven como si Dios no existiese». Pero una vez rechazado, lo natural retorna al galope: arrojado Dios del horizonte del hombre, Él retorna bajo otra forma, y particularmente, a través de las sectas. A esto se agrega la influencia profunda y punzante de los medios de comunicación y sobre todo de la televisión, que presentan una visión puramente horizontal de la realidad, una versión de la vida sin horizontes. Esta visión del mundo es tan asfixiante y sofocante, que las personas tienen necesidad de otra cosa y lo buscan no importa dónde.

 

El filósofo cristiano Gabriel Marcel decía: «sin el misterio, la vida sería irrespirable». Creo que esto es totalmente cierto. Es necesario reconocerlo con humildad: ha habido por parte de algunos, también en la Iglesia, una tendencia a hablar menos del misterio, a insistir más que nada en lo social, en las consecuencias sociales y políticas del Evangelio. Esto último es también y a la vez sumamente necesario, pero con la condición de no olvidar la fuente. El ser humano es el que ha hecho lo que se ve de Caridis en Sibila. Para afirmar una cosa no niega la otra, pero la pone en sordina. Ha producido una cierta pérdida del sentido del misterio, lo cual ha alimentado esta necesidad de ir hacia otra cosa.

 

¿Qué es entonces esta otra cosa que llamamos las «sectas»? Para la 3ra. Edición de mi Dictionnaire des Religions [ Diccionario de las Religiones ], en Presses Universitaires de Francia, le he pedido a Jean Vernette, responsable del servicio nacional Pastoral, sectas y nuevas creencias , una cincuentena de artículos sobre las sectas, la novedad religiosa y el neopaganismo, la gnosis, etc… Aparece en ellos una constante: la seducción de los Místicos de Oriente.

 

Me explico: nuestra fe cristiana es una fe en Cristo, hijo de Dios, encarnado en el seno de la Bienaventurada Virgen María. Como decían nuestros padres en la fe: «se ha hecho hombre, para que nosotros seamos dioses». Un mensaje tan fuerte que uno de mis estudiantes del Instituto Católico me dijo: «no, no comprendo, ¡usted exagera!». Lo invité a releer a san Gregorio de Nisa, a san Atanasio, a san Basilio, a san Ireneo y a todos los Padres de la Iglesia: el hombre es hijo de Dios y tiene vocación de eternidad con Dios. De una amplitud tan excepcional es este mensaje que lo hemos reducido un poco a los límites de nuestra inteligencia falible de hombres racionalizados y tecnificados. Un cierto número de personas ven entonces al Oriente incierto y misterioso, esta cuna de los dioses como la llama alguien, donde lo extraordinario no es como para nosotros, que un Dios se haya hecho hombre, sino que un hombre no haya tenido que convertirse en Dios. Para ellos, Dios y el mundo no son sino una sola cosa y en cada uno de nosotros hay una chispa de lo divino. A través de una ascesis apropiada, entonces, es que lo divino que hay en el hombre debe ser liberado. Y como una sola vida humana no es suficiente, la reencarnación permite realizar esta liberación. En consecuencia, después de dos mil años, la fe en la resurrección del cuerpo -«creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna»-, esta resurrección del cuerpo que era una liberación del paganismo antiguo, se ha esfumado, y la fe en la reencarnación retorna, ¡lo cual es una regresión fantástica! Creo, para decirlo con fuerza y sencillamente, que menos la Iglesia afirma la fe en la resurrección de la carne, más se afirma la fe en la reencarnación. Vemos así fluir en Francia, lo cual es una novedad absoluta, diversas formas de religiosidad oriental. Mientras veinte años atrás el budismo era prácticamente desconocido en Francia, el budismo tibetano acaba de implantar 70 centros o monasterios en el término de 2 décadas, es decir, en sólo 20 años de presencia.

 

Los nuevos movimientos religiosos de los que hablamos son de hecho a menudo de origen milenario, pero se encarnan hoy en día en formas nuevas, bajo las palabras, por ejemplo, de desarrollo del potencial humano. Los hombres de negocios distinguidos se embarcan en esta travesía, porque creen que encuentran en ella una protección para sus asuntos. En la misma línea, existe una especie de atragantamiento con los nuevos caminos de espiritualidad. El viejo proverbio inglés lo afirma: «el pasto del campo vecino es más verde». Así, nosotros occidentales, que somos los herederos de san Benito, y que hemos crecido de la mano de escuelas espirituales milenarias, de a poco las hemos olvidado y ¡hemos descubierto la luna! Los jóvenes en particular se atragantan con el zen, el yoga, mientras tanto no han oído jamás hablar ni de san Benito, ni de Teresa de Ávila, ni de san Ignacio ni de tantas otras escuelas de espiritualidad cristiana. Es siempre el mismo fenómeno: nos alejamos de las fuentes vivas para ir a buscar elementos que las sustituyan a manera de compensación en el zen, el yoga, el sufismo, etc… De hecho, el atractivo de estas nuevas doctrinas traduce los nuevos avatares de la búsqueda desesperada del hombre, que aspira a salir de su prisión humana. Cree ir hacia Dios, olvidando o no sabiendo -como dice san Pablo, «¿cómo lo conocerán, si nadie les ha hablado de él?»-, que Dios ha venido hacia nosotros, que la Virgen nos lo ha dado y que él se hace presente entre nosotros por la oración y los sacramentos. Lo que se presenta como novedad no es a menudo otra cosa que el retorno de formas arcaicas de lo religioso.

 

Otro elemento es el de la cercanía del año 2000. No lo hubiese creído jamás, pero es así. Cuando yo era más joven, leí en los manuales de historia que hubo un miedo muy grande al acercarse el año 1000, y esto me parecía valeroso. Los cronistas decían que con la llegada del año 1000 y el gran miedo que ello provocaba, toda la cristiandad se había cubierto con un blanco manto de iglesias. ¡Ahora, me pregunto si en los umbrales del año 2000 nos vamos a cubrir de nuevo con un gran manto de iglesias! Hago votos por ello, estoy seguro de ello.

 

Sea lo que sea, la cercanía de este milenio inicia una especie de miedo difuso, de angustia irracional, la espera angustiosa o no del fin del mundo. El temor creciente del apocalipsis nuclear, después de Hiroshima, favorece el nacimiento de grupos milenaristas y apocalípticos que se preparan para la nueva era. La New Age es algo totalmente sintomático. Veinte años atrás, en Escandinavia, en el primer encuentro que yo había organizado para los países del norte de Europa, uno de mis invitados noruegos, ante el estupor de los otros participantes, comenzó a hablar de la New Age. A la salida, muchos decían: esta gente está loca, nosotros somos demasiado inteligentes para estas estupideces. Bien, observo que veinte años después, aquí estamos. ¡El progreso no se detiene!

 

La New Age: la nueva era, el retorno del paraíso perdido y de la edad de oro: nos encontramos con los mitos paganos, con un despertar del paganismo bajo formas renovadas. El hombre que ha alejado u olvidado al Dios de la Biblia se refiere ahora a otros dioses, a otros ídolos. Estamos frente a un resurgimiento de lo religioso bajo formas paganas y frente a un nuevo sincretismo. Estos nuevos movimientos religiosos prosperan por lo general sobre un terreno cristiano porque con frecuencia han conservado el revestimiento religioso tradicional, pero vaciándolo de contenido. Un ejemplo impresionante de sincretismo: a la altura de Río de Janeiro, sobre una de las playas cuyos nombres hacen soñar, desde Flamengo a Copacabana, un domingo a la mañana mis amigos brasileños me han mostrado una figura blanca. «¿Qué es esto?», «esto es Yemanjá, a la vez la Virgen María y la diosa del mar». El gran san Pedro mismo tiene su doble, san Pablo no se queda atrás, ¡y esto hace una mezcla y un magma increíbles! En otro viaje al norte de Brasil, a Salvador de Bahía, de cultura muy africana –muchos esclavos llegaron del Golfo de Bénin- me he encontrado en el corazón de la noche brasileña en una ceremonia muy extraña: me llevaron a una pieza donde se encontraban todas clases de pasteles y de golosinas que la gente aporta para alimentar al dios. ¡Todo esto en el umbral del año 2000!, ¡en un país cristiano en un 95%! La persona que oficiaba, «el sacerdote» … me ha dicho que no podía ejercer esta función, porque él había ido a misa a la mañana y había comulgado…

 

Estamos ante un universo desestructurado. Los nuevos movimientos religiosos prosperan sobre un fondo de desculturalización y de ignorancia. Uno se encuentra ante una figura aparentemente cristiana, por ejemplo, la Virgen, diosa del mar, y luego ante formas de oración, de hechizos, de letanías… que hacen que la gente se encuentre con imágenes familiares, razón por la cual encuentran la primera palabra del Evangelio un tanto fastidiosa: «conviértanse porque el Reino de Dios está cerca». La primera palabra del Evangelio es la palabra conversión, metanoia, «vuélvanse sobre ustedes mismos, aléjense de los ídolos, acérquense al Dios vivo; ustedes que hacen el mal, hagan el bien». No es agradable escuchar esto todas las mañanas, exige un cierto esfuerzo. Lo que caracteriza a estos movimientos religiosos es la fusión en el gran Todo, lo cual se logra por medio del «conocimiento» -que los antiguos llamaban la gnosis [ gnosis ]- , y de una participación muy fuerte en la vida de este gran Todo cósmico. Pero estos movimientos no exigen cambiar de vida, ya sea personal, conyugal, profesional. He ahí, sin duda, uno de los secretos de la atracción que ejercen estos nuevos movimientos religiosos.

 

Agrego que la Iglesia experimenta una real dificultad para transmitir su mensaje de salvación, como todas las otras Iglesias, porque una concepción falsa de la libertad hace que después de todo cada uno estime lo que se puede tomar y dejar… Cada uno se prepara su pequeño cocktail de islas bajo el viento… se toma un poco de cristianismo, lo que queda de recuerdos del catecismo –esta generación ha sido catequizada en un 95%, mientras que la próxima no lo ha sido más que en un 35%, lo que constituye un serio problema–, una cáscara de budismo, un trozo de creencia en la reencarnación, una pizca de yoga… ¡y ya está! Uno se fabrica su pequeña religión personal, uno se siente bien, porque la elige por sí mismo y ella no comporta ninguna obligación moral ni ética.

 

Mencionaré cuatro manifestaciones más que serían las más destacables:

 

– Uno: Los resurgimientos modernos de la religiosidad arcaica, es decir, las prácticas mágicas, la credulidad. Cuando era rector en París, ya observaba en el subte que muchas personas estaban sumergidas en la lectura del horóscopo. La cantidad total de todas las que anuncian la buena suerte –se dice siempre adivinadoras, pero hay también hombres- sobrepasa la de los médicos generalistas. Y luego, lo digo por mi experiencia, un cierto número de hombres políticos importantes –al menos a sus propios ojos- no toman jamás una decisión sin consultarlas.

 

Estamos frente a un ejemplo de regresión fantástica en la historia de la humanidad. El porvenir es un poco difícil, entonces uno se vuelve hacia el mago, el brujo, el gurú y para pasar de lo anecdótico a lo grave… se termina en los muertos. Encontré una joven mujer que había matado a sus dos hijos pequeños, y había fallado al querer suicidarse. Se había dejado arrastrar por uno de esos gurúes, y lo había perdido todo, estaba presa del pánico, no sabía cómo salir de ello, también había roto relaciones con sus familiares… había echado la culpa a sus hijos y sólo un concurso de circunstancias extraordinarias le permitió salir a flote, pero sus dos pequeños hijos estaban muertos.

 

Existen entonces las prácticas mágicas, la credulidad con todo lo que ello entraña, en lugar de convertirse. Lo ideal, por otra parte, se encuentra también a veces en las publicaciones que salen de despachos cristianos: el estar bien cada uno en su pellejo, el brillar. Allí están también los temas que la publicidad fomenta. Me ha impresionado escuchar a un político de un país extranjero decir que «no podemos continuar indefinidamente con nuestras publicidades, estamos en vías de desestructurar a las personas a fuerza de presentarles imágenes totalmente falsas, deseos que nadie puede satisfacer». Es un ideal de vida que no es sano, ya no digo santo, sino simplemente SANO. He aquí los resurgimientos de la credulidad.

– Dos: Si acabo de hablar de los resurgimientos del paganismo, quiero hablar de los mitos inverosímiles que pululan en la historia de las religiones: religiones sedientas de sangre como la de los aztecas, los dioses adorados por los incas a los que es necesario alimentar con miles de niños, por cuanto el dios-sol tenía necesidad de este alimento humano para que las ciudades prosperaran. A través de estos resurgimientos del paganismo, encontramos la vieja herencia pagana, olvidando lo que el poeta Claudel celebra en sus cinco grandes odas: «bendito seas, mi Dios, que nos has liberado de los ídolos», ese Dios a quien siempre le rezan los jóvenes cristianos africanos llenos de vida. Los nuevos movimientos nos hacen volver a los ídolos, a las religiones de los normandos, de los celtas y de los bárbaros. Aquí se unen toda clase de grupos y de subgrupos.

 

– Tres: Estamos en presencia de un cristianismo neopagano, es decir, vaciado de su sustancia, que considera sólo lo exterior, el revestimiento. Nos encontramos frente a una tentativa de reducir el cristianismo a su revestimiento cultural. En ciertos Estados, el cristianismo puede ser honrado, incluso subvencionado, con el deseo de reducirlo, es decir, de aislarlo de su fuente y de reducirlo a sus manifestaciones culturales. A veces incluso son restaurados los lugares de culto, ¡con la condición de que el culto no sea celebrado! Es lo contrario de lo que quiso hacer el primer ministro de la Cultura, André Malraux, al restaurar el Monte Saint Michel y exigirle a la Iglesia que enviase una comunidad de monjes benedictinos, diciendo: «si no, no tiene absolutamente ningún sentido».

 

– Cuatro: El 4º punto, es lo que los especialistas llaman el gnosticismo, la gnosis, contra la que ya luchó san Pablo. Esta doctrina pretende que, para salvarse, se lo puede lograr únicamente a través de la inteligencia. No hay una conversión de vida, sino un conocimiento, una iniciación, y en algunas de estas sectas o nuevos movimientos religiosos, la superioridad sobre los otros, el ser introducidos en los secretos. Algunos de estos movimientos hacen una relectura del cristianismo, diciendo: hay un cristianismo para el “vulgo” (del cual todos nosotros formamos parte, más o menos) y otro más secreto y, en consecuencia, reservado, como es el caso de los “Rosacruces”, la Nueva Acrópolis, las obras de teosofía, las audiciones de la cienciología, las conferencias del movimiento del Gral. Hay también allí una deformación total de la fe cristiana, porque en verdad somos salvados por la gracia de Dios, don gratuito. Allí, uno se salva al entrar en un grupo elegido de discípulos en la escuela del maestro de iniciación. Yo insisto en este punto, porque hay “cristianos” que experimentan este despertar y se convierten en adeptos de estos movimientos, y hacen este cambio citando la Biblia. Y así tenemos antropósofos y cristianos, rosacruces y cristianos… Creen en Dios, pero ya no más en el Dios de Jesucristo, el Hijo del Padre, el Hijo de la Virgen. Creen en ese dios que es vibración, energía cósmica; Jesús es el gran iniciado esotérico, no es más el Hijo de Dios resucitado. Esto es, en síntesis, un peligro mortal para la fe cristiana.

 

Lo que algunos llaman un retorno de lo religioso no es, por eso, un retorno a la fe cristiana, sino por el contrario, portador de un retorno en retroceso, una regresión al paganismo. Tenemos necesidad de llenar el vacío al que estos movimientos dan una respuesta. Esta proliferación de movimientos es un desafío lanzado al anuncio del Evangelio en la proximidad del tercer milenio. Después de haber evangelizado al hombre moderno increyente, secularizado, la Iglesia se encuentra frente a nuevos paganos que no son incrédulos, sino que son hombres y mujeres que han sido creyentes, pero cuya fe poco a poco se ha adormecido. Están dispuestos a creer en algo que no es más el Dios de Jesucristo, sino algo que los aferra con algo.

 

Así, sobre nuestras tierras antiguamente cristianas, en el umbral del tercer milenio, surge ahora un hombre nuevo, que es a la vez religioso y pagano: es a él a quien la Iglesia debe anunciar el Evangelio y, en términos de inculturación, enseñarle a hablar en su lengua, la lengua de Dios, al mismo tiempo que está sumergido en las culturas dominantes. Al igual que san Pablo y los primeros apóstoles han sabido responder a las expectativas del mundo que era el del imperio romano de la época, nosotros tenemos que responder hoy en día a las expectativas de nuestros contemporáneos, quienes son los nuevos buscadores de Dios. No podemos contentarnos con calificarlos, es decir, de descalificarlos, diciendo «éstas son sectas». Debemos condenar los movimientos aberrantes, pero debemos ir hacia las personas: «frente a estas manifestaciones, con frecuencia tenemos el corazón endurecido y la inteligencia flácida, cuando en realidad deberíamos tener un pensamiento fuerte y un corazón líquido» (Jacques Maritain).

 

Ésta fue la conclusión del Consistorio de Cardenales que el Papa Juan Pablo II reunió en torno al tema de las sectas. Hemos discutido entre nosotros si el diálogo es posible o no. Hay sectas con las cuales es imposible hablar, porque su finalidad es destruir al cristianismo. Con otras, al contrario, es posible una conversación, es el caso con todas las que son desprendimientos de la Iglesia, de gente que ha perdido confianza y que sorpresivamente han caído allí. En todo caso, en cuanto tenemos que ejercitar el vigor de nuestra inteligencia para identificar el mal por lo que él es y las desviaciones por lo que ellas son, los fenómenos aberrantes por sus aberraciones, siempre tenemos que ir al encuentro de las personas que están necesitadas y quizás en una extrema miseria y responder a sus expectativas que se expresan de esa manera. Ya lo decía Pascal: «los errores no parecen triunfar sino por la parte de verdad que ellos comportan». Muy rara vez los hombres van hacia el mal por el mal mismo. Si hacen el mal, es porque equivocadamente les parece un bien; si adhieren a errores, es porque los creen verdades; si los creen verdades, es porque tienen apariencia de verdad. Como ya he intentado decirlo, la «diosa» que surge del mar es presentada como la Virgen María. Tenemos que hacer un ejercicio de discernimiento, y frente a esta expectativa tenemos que adaptar también nuestro anuncio del Evangelio.

 

Por ejemplo, tomemos un eslogan como éste: «es necesario estar bien con su piel». Preguntémonos si la Iglesia católica le ha dado al cuerpo el lugar que se merece en la vida cristiana. «Quien quiere ser ángel hace de bestia». Esto es bien conocido. Somos espíritus encarnados. Sin duda, tenemos que encontrar con sabiduría un equilibrio en la vida. Los monjes son orfebres en esta materia. Habían inventado el 3 por 8 mucho antes que nuestra civilización industrial: 8 horas de contemplación y de oración, 8 horas de trabajo y 8 horas de sueño. Encontrar una sabiduría del cuerpo, la paz del corazón es muy importante, porque muchos de los que se van a esos movimientos no se sienten bien. Creen que allí van a encontrar una respuesta, y en realidad encuentran un medio acogedor. Tenemos que esforzarnos mucho para redescubrir el sentido del acogimiento, lo que hace que las comunidades cristianas puedan estar cerca de las personas angustiadas. Tenemos que encontrar esta sabiduría de san Francisco de Sales. Él sabía hablar a todos los hombres, a todas las mujeres, a su hermana Filotea, para mostrar que la fe y la piedad no son simplemente para los monjes y los obispos, sino para todo el mundo, para los padres y las madres de familia, tanto para los agricultores como para los hombres de cultura. Seguramente tenemos que hacer un esfuerzo para compartir esta sabiduría del cuerpo, también esta paz del corazón, esta armonía con la creación que hemos dejado un poco de lado. El movimiento ecológico no es una secta, aunque pueda tener aspectos sectarios, pero seduce por la parte de verdad que expresa: porque hemos olvidado a san Francisco de Asís y al Cántico de las criaturas, esta alabanza a la hermana agua, al hermano sol. Tenemos que encontrar fundamentalmente lo que es el corazón de la fe cristiana, llamado el Camino. Esto es lo que quiere decir el término Tao. Esto es el taoísmo, una de estas religiones venidas de Oriente que se difunde actualmente también en Occidente, junto a los cristianos que buscan un camino y que han olvidado que los primeros cristianos llamaban a su fe cristiana justamente el Camino. Redescubramos nuestra fe cristiana, redescubramos también el sentido de los símbolos que hemos perdido: los 144.000 del Apocalipsis que son los 12 x 12, la cifra perfecta, como el 7 es para otros, porque en un caso es 4 + 3 y en el otro 4 x 3. Cuatro es la perfección de la tierra, los 4 elementos: la tierra, el fuego, el agua, el aire. Tres son los 3 del cielo: el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo. Tenemos necesidad de todo esto. Reencontremos el símbolo en su sentido más profundo, en todos nuestros sacramentos: el pan, el vino, el aceite, estas realidades de las que Cristo ha querido hacer la materia, el vehículo de la gracia.

 

Frente a esta abundancia que testimonia una nueva búsqueda de lo espiritual, tenemos que desmitificar lo que –se oculta detrás de los oropeles y los revestimientos, para ir al corazón de las cosas, sabiendo que la nueva evangelización no es puramente intelectual, sino que concierne a todo el hombre, la evangelización de su inteligencia, de su corazón, de sus deseos. El hombre es un ser que todas las computadoras del mundo no pueden satisfacer. Gabriel Marcel tenía razón: «sin el misterio, la vida sería irrespirable». Pierre Emmanuel también: «el ateísmo es el invierno del mundo y la fe es la primavera».

 

Tenemos un poco de miedo en compartir nuestros sentimientos, nuestra fe, hemos cultivado su sepultura. Ha llegado el momento de brindar un testimonio límpido y alegre de lo que está en el corazón de nuestra fe. La primera respuesta de la Iglesia, es decir, de todos los cristianos, a las nuevas formas de religiosidad y de neopaganismo es una respuesta de orden espiritual. La situación actual nos recuerda lo que está en el corazón de nuestra fe, que no puede vivir sin la oración. La vida evangélica es también una vida sacramental, ya que sin excepción alguna no puede vivir sin los sacramentos, ante todo el de la confesión, porque somos pecadores. A veces también es necesaria una ruptura en nombre de la verdad del Evangelio. Cuando digo una exigencia de orden espiritual, estoy pensando en los años en que estaba a cargo de jóvenes estudiantes. Yo les decía: «aquello que a ustedes les parece natural, cuando comentamos las Bienaventuranzas, es muy bello: bienaventurado el que tiene corazón de pobre, bienaventurado el que es manso, bienaventurado el que tiene misericordia. Pero el mundo en el que ustedes van a sumergirse mañana saliendo al camino, este mundo mediático que nos agrada dentro de nosotros es realmente el universo de las contra bienaventuranzas, comenzando por la publicidad que yo evocaba a toda hora: bienaventurados los ricos, los poderosos, los sensuales. Tenemos que hacer tomar conciencia que lo que el mundo propone como ideal, a los hombres y a las mujeres, es que deben ser ricos, egoístas, eróticos, violentos y dominadores… ¡discúlpenme, pero eso es la publicidad! En nosotros, nuestro mundo es a la inversa. Sin complejos, es necesario tener la valentía de afirmar nuestro ideal de las Bienaventuranzas, mostrar que somos felices al vivirlas. Veo ahora a matrimonios jóvenes que viven resueltamente a contracorriente, y son felices. Los compañeros de sus hijos van hacia ellos porque es lo inverso del mundo –incluso si es pobre, en el fondo es feliz- y se encuentran mucho mejor que con la cultura dominante, en la que, si uno es rico, a la larga es se aburre». El testimonio realmente vivido de las Bienaventuranzas es lo que los religiosos viven de manera ejemplar, pero esto no es patrimonio de los religiosos, como sin razón alguna se cree. Los padres y madres de familia no pueden vivir realmente su vida ofrecida todos los días si no son castos, sin una forma de pobreza y una cierta obediencia. Tenemos que recuperar este testimonio que permitirá a nuestros contemporáneos decir que el ateísmo es el invierno del mundo y la fe su primavera.

 

La segunda respuesta es de orden cultural. Estamos en una crisis espiritual y cultural, en un mundo que se identifica con la pregunta de Pilatos: «¿qué es la verdad?». Bajo el título L’âme désarmée , un universitario americano, Alan Bloom, escribe: «se podría escribir en el frontispicio de las universidades americanas: la verdad no existe, o mejor aún, aquí se enseña que la verdad no existe». Este escepticismo es desolador. Porque, contrariamente a las apariencias, el hombre tiene necesidad de puntos de anclaje. Lo mismo vale para la moral: los jóvenes y los menos jóvenes redescubren a veces, después de experiencias trágicas, ¡que hubiera sido mejor saber dónde está el norte, no llegar a saberlo por ir necesariamente allí! Pero a pesar de todo vale mejor saber cuándo es de día o de noche: en París, en Roma o en otras ciudades, o si no convertirse en seres cuya existencia está completamente desnaturalizada, seres éstos que son los ociosos de la noche, según un título célebre, fieras que son exaltadas de manera estúpida y criminal.

 

Tenemos que traducir todo esto en nuestra vida cotidiana, como recientemente el Santo Padre lo ha dicho al recibirme con mis colaboradores: «el misterio de la fe sólo puede vivirse de manera existencial. El encuentro multiforme del ateísmo, el increencia y la indiferencia religiosa requieren la existencia de creyentes bien afirmados en sus convicciones y viviendo una experiencia cristiana, dicho de otra manera, poseyendo una formación sólida que no esté separada de la oración y del testimonio evangélico. La fe es un don de Dios, una gracia, y ella supone el Amor».

 

 

Autor: Cardenal Paul Poupard

Fuente: Fundación SPES. Traducción del original en francés, por José Arturo Quarracino