Del rigor ascético a la orgía ritual: La elitista diversidad de los gnósticos

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gnosticismo

Elemento central es el conocimiento, pero no un conocimiento cualquiera de verdades religiosas, sino uno especial, reservado a una élite privilegiada que tiene acceso a él… Hay gnosticismos de claro signo oriental, de matriz cristiana, emparentados con el platonismo, con la teosofía, etc. En nuestros días, junto a los anteriores, no puede faltar alguno entroncado con la mentalidad New age.

 

 

El reciente “hallazgo” de un fragmento del llamado Evangelio de Judas (un papiro que en realidad se adquirió en el mercado negro de antigüedades arqueológicas), un antiguo escrito gnóstico, ha vuelto a suscitar interés por el gnosticismo. Se sabe que las primeras herejías del cristianismo eran de signo gnóstico, una corriente que hoy en día inspira películas y novelas, y llena los escaparates de librerías esotéricas. Sin embargo, ¿qué es en realidad el gnosticismo? Son más bien pocos quienes conocen bien de qué se trata.

 

Con el nombre de gnosticismo se conoce a una miríada de grupos religiosos con varios rasgos comunes. La denominación ya da una pista importante: proviene de gnosis, conocimiento. Y, efectivamente, el elemento central es el conocimiento, pero no un conocimiento cualquiera de verdades religiosas, sino uno especial, reservado a una élite privilegiada que tiene acceso a él. En el Evangelio de Judas, éste es el único gnóstico entre los apóstoles, el único que ha captado la auténtica realidad por encima de lo aparente. Por eso, en este evangelio ponen en boca de Jesús la siguiente frase que habría dicho a Judas: “Se te ha dicho todo. Levanta la mirada y mira la nube y la luz en ella, y las estrellas alrededor. La estrella que indica la vía es tu estrella”. Así, con su traición permitirá a Jesús liberarse despojándose de una vez por todas del revestimiento humano que ha tenido que adoptar para tender un cable a los selectos gnósticos repartidos por el mundo. Para los gnósticos de signo cristiano, los evangelios canónicos y la doctrina que contienen están destinados al vulgo ignorante; lo que hay detrás, la verdadera realidad, sólo es accesible a esa iluminada minoría.

 

Son dos las principales características del gnosticismo. La principal ya ha quedado mencionada: la salvación –la vía hacia la inmortalidad- viene dada por la gnosis. No se trata de un conocimiento racional, ni hay nada parecido a una teología gnóstica. Se trata de un conocimiento intuitivo, de una iluminación, reservada a espíritus privilegiados, y normalmente accesible mediante ritos iniciáticos: el gnosticismo es un esoterismo.

 

El segundo rasgo distintivo, aunque no exclusivo, es el dualismo. El espíritu y la materia son opuestos. Y, mientras que lo espiritual es valioso, lo material tiene siempre una valoración negativa; de hecho, se considera que no procede del “Grande” –el nombre más habitual del Dios supremo-, sino de un ser inferior, una especie de Demiurgo. En esto hay una semejanza con el platonismo y el maniqueísmo, fuentes ambas de inspiración para el gnosticismo, junto con las diversas mitologías de las religiones antiguas. De todas formas, puede afirmarse que la principal influencia hoy viene de las religiones orientales, más cercanas a la iluminación que a la razón y más propensas al desprecio de lo material, a la liberación del espíritu de su condición material para fundirse con el infinito cósmico.

 

A partir de aquí, el gnosticismo ha desplegado un innumerable mosaico de fantasías de todos los colores, y grupos que las sostienen. Hay gnosticismos de claro signo oriental, de matriz cristiana, emparentados con el platonismo, con la teosofía, etc. En nuestros días, junto a los anteriores, no puede faltar alguno entroncado con la mentalidad New age. Como ejemplo, existe la llamada Iglesia Gnóstica Universal, que abarca diversas “hermandades gnósticas”, entre las que se encuentran la “Hermandad druídica gnóstica” o la “Hermandad chamánica gnóstica”, junto con la “Hermandad gnóstica cristiana”, la “Hermandad de yoga gnóstico”, la “Hermandad de la sabiduría” y la “Hermandad gnóstica valentiniana”. Cada grupo gnóstico tiene su ritual propio, que suelen guardar celosamente y sólo conocen los iniciados. Y, en cuanto a la moral, su desprecio por lo material suele hacerles oscilar entre extremos, desde un ascetismo riguroso hasta un desenfreno que en algunos casos puede llegar a la orgía ritual.

 

En cuanto a la extensión, en tiempo y espacio, se constata la fuerte tendencia a la dispersión. Al depender de maestros, cada uno con su visión propia, cuando desaparecen éstos el grupo que han formado se disgrega, o bien se escinde por ser más de un discípulo quien reivindica ser el auténtico heredero del gurú gnóstico. A la vez, es fácil entender que unos grupos dependan estrechamente de otros, y que las sectas gnósticas hereden gran parte de su contenido de otras anteriores. El resultado es un número considerable de grupos gnósticos que se han sucedido a lo largo de la historia. Sin embargo, esto es compatible con el hecho de que el gnosticismo es, por su propia naturaleza, una religión minoritaria.

 

El gnosticismo ayer y hoy

 

Parece tratarse de una casualidad, pero el hecho es que la época más floreciente del gnosticismo coincide en el tiempo con la primera difusión del cristianismo, o sea, se encuentra en el siglo II. Del mismo modo que las abundantes gnosis de la época habían tomado elementos del platonismo, del estoicismo y de las diversas religiones –incluida la judía-, enseguida intentaron parasitar también el cristianismo. Conocemos los nombres de los principales creadores de grupos gnósticos “cristianos”: Basílides, Valentín, y, sobre todo, Marción, el primero en fundar una “iglesia gnóstica cristiana”. Proliferaron escritos gnósticos, algunos de ellos bajo la forma de nuevos evangelios, como el mencionado Evangelio de Judas o el Evangelio de Tomás. Tuvieron el suficiente éxito como para alarmar a la comunidad cristiana, no tanto por el número como por la posición de sus adeptos: el prurito de tener un conocimiento por encima del de la gente vulgar parece que resultaba atractivo. El caso es que las principales cabezas cristianas les dedicaron atención. El título completo del Adversus haereses de San Ireneo es Exposición y refutación del falso conocimiento (gnosis), y Tertuliano dedica una obra a refutar a Marción. Estos dos autores son las principales fuentes de conocimiento del gnosticismo primitivo. También tuvo auge el gnosticismo no cristiano, pero acerca de ello sólo tenemos referencias aisladas en obras de los neoplatónicos, que lo detestaban, y en comedias romanas que lo satirizaban.

 

El denominador común de este gnosticismo antiguo es, junto a las características generales mencionadas arriba, la contraposición del Antiguo y el Nuevo Testamento. El dios que describe el primero sería un demiurgo o divinidad inferior, del cual ha venido Jesús, un Dios superior enviado por el Supremo, a librar a los hombres, o al menos a quienes por él reciben la gnosis. A esto hay que unir unas cosmogonías que no tienen nada que envidiar a las de Plotino; algunas, por el contrario, son aún más fantasiosas.

 

El gnosticismo fue mucho más discreto en los siglos posteriores. Se nota su influencia en fenómenos como la kábala judía o las herejías cátaras y albigenses, que indican que siempre ha subsistido algún círculo gnóstico. Pero su resurgir hay que situarlo en la Edad Moderna, donde, por algún parecido formal se ha confundido a menudo con otros grupos como la masonería. Pero, mientras esta última nace en Gran Bretaña y se expande sobre todo por Francia e Italia, el principal caldo de cultivo del gnosticismo fue el misticismo alemán, y, aunque sobre ello se ha investigado poco, el ruso.

 

El siglo XIX ha supuesto un auge en Europa para el gnosticismo. El romanticismo promovió el interés por religiones antiguas y orientales, y en general por expresiones religiosas ajenas a lo racional. Conforme avanzaba el siglo, esta mentalidad fue recogiendo viejos mitos –antiguos, así como otros más recientes, como los supuestos secretos de los templarios- y cuajando en pequeñas organizaciones. Entrado ya el siglo XX, entran en escena los Estados Unidos y, más tarde, Latinoamérica, con lo que aumenta el impulso creador de grupos gnósticos.

 

Los rosacruces

 

De entre los numerosos grupos existentes en nuestros días, destaca por su importancia el llamado gnosticismo rosacruciano, impulsado sobre todo por las que han venido a ser las dos mayores entidades gnósticas: la Fraternidad rosacruciana (Rosicrucian Fellowship), creada en 1911 por el norteamericano Max Heindel (pseudónimo de Carl Louis Grasshoff), que cuenta con 126 centros esparcidos por el mundo; y, sobre todo, la Antigua y Mística Orden de la Rosa Cruz (Antiquum et Mysticum Ordo Rosæ Crucis), más conocida por sus siglas AMORC, subdividida en unos 300 grupos con local propio (otras fuentes hablan de hasta 1.500), a la que se le calculan unos 250.000 miembros. La fundó el también norteamericano H. Spencer Lewis en 1915. El nombre “rosacruz” hace referencia al legendario viajero alemán del siglo XIV Christian Rosenkreutz, del que se declaran sucesores quienes lo adoptan.

 

Los seguidores de AMORC no pretenden ser cristianos, ni lo son, aunque reivindiquen un entronque con el cristianismo. Es debido a un trasfondo sincretista propio de Oriente, ya que su doctrina tiene clara impronta oriental, sobre todo india. Como es moneda común en el gnosticismo, hablan del hombre dual, de forma que con la muerte el alma se reintegra en la Gran Alma Universal, concepto estrechamente vinculado al del alma cósmica que se encuentra frecuentemente en las enseñanzas de los gurúes panteístas hindúes. La muerte rosacruciana es liberadora, pero es una liberación que debe ser ganada en este mundo. Se trata de lograr ser “Maestro del Templo Sagrado” –el cuerpo- y “Trabajadores del Laboratorio Divino” –el mundo-. Si con ello se purifica el alma, se produce la liberación; si no, el espíritu se reencarna con la carga negativa heredada que debe ser purificada: el karma hindú. Su simbología no es, empero, oriental, sino que está mayoritariamente tomada del antiguo Egipto. Afirman que tienen origen en la época del faraón Tutmosis III.

 

La Fraternidad Rosacruz de Heindel es algo distinta. Se autodenomina “sabiduría occidental” y reivindica el cristianismo, aunque también es sincretista y, sobre todo, gnóstica: “en esta hermandad oculta –afirman-, que aún subsiste, solamente son admitidos los hombres altamente evolucionados”. La Fraternidad se encarga “de preparar el mundo para la próxima Era del Acuario, y de proporcionarle así la futura religión de la Humanidad”. Su cristianismo es como el de los antiguos gnósticos del siglo II: Cristo es sólo una pieza –importante, eso sí- en el camino hacia la gnosis. A la vez, también creen en el karma, aunque aquí en doble sentido: según haya sido la vida conforme o no con las leyes naturales, se sube o se baja de nivel en la siguiente vida. A esta Ley de Retribución se le ha de sumar la Ley de Epigénesis, que, según afirman, “establece que, dado que el hombre es un dios en formación, posee el germen de la actividad creadora y, por tanto, utilizándola con su libre albedrío, puede crear y cambiar el curso de la evolución, propia o ajena y, en resumen, alterar el equilibrio del universo”. Jesucristo aportó, para estos gnósticos, dos leyes más: la del Perdón de los Pecados y la del Amor. Queda alguna más: las de Polaridad, Afinidad, Analogía y Evolución.

 

Otros gnosticismos

 

De entre la proliferación de grupos gnósticos, se pueden también destacar los de quienes reivindican la herencia espiritual de los antiguos templarios. En realidad, esta corriente comenzó en París en 1805, cuando un tal Bernard-Taymond Fabre-Palaprat creó en París la Orden del Temple. Al parecer, la antigua Orden del Temple –extinguida a principios del siglo XIV a instancias del rey francés Felipe el Hermoso- ha despertado una aureola de misterio con su final trágico, especialmente en Francia, que ha constituido el epicentro de este tipo de grupos. De hecho, cuando un grupo gnóstico contiene en su denominación la palabra “templo”, no se suele referir a un edificio religioso sino a la Orden del Temple. Hay poca uniformidad dentro de la tradición templaria. En un extremo, encontramos la Orden del Templo Solar, fundada por los franceses Luc Jouret, que procedía de la Orden Renovada del Temple, y Joseph di Mambro, un antiguo miembro de AMORC. Se hizo tristemente célebre por su trágica extinción, pues sus 57 miembros murieron violentamente, asesinados o por suicidio. En el mensaje que dejaron sus cabecillas, se podía leer, tras el anuncio de la inminente destrucción del mundo conforme a las directrices de una “Orden Superior Universal”, que “La Gran Logia Blanca de Sirio ha decretado la llamada de los últimos que portan la Sabiduría Ancestral”.

 

En el otro extremo podemos encontrar una organización deseosa de dejar de ser un grupo esotérico y parecerse más a una entidad cristiana, como sucede con la llamada Orden Soberana y Militar del Temple de Jerusalén. Adoptan aires de orden militar –en realidad no tienen reconocimiento canónico alguno-, celebran las mismas fiestas que los antiguos templarios –San Miguel, la Candelaria, etc., liturgia incluida-, y procuran mantener distancias con los masones. Se les puede considerar cristianos, pero es algo más difícil afirmar que son católicos; más bien pretenden situarse por encima de la división en confesiones cristianas, con una especie de humanitarismo de fondo. Esto no es muy gnóstico, pero en sus orígenes sí que se encuentra presente la tradición gnóstica.

 

En medio, se han ido sucediendo una gran cantidad de grupos efímeros que, bajo la máscara templaria, han resucitado las viejas historias del gnosticismo pseudo-cristiano, añadiendo actualizaciones y fantasías. Aquí se halla la principal cantera inspiradora de leyendas de ocultos santos griales, escritos de Jesucristo, círculos ocultos de sabios (entre los que no suele faltar la inclusión de Leonardo, Galileo, Descartes o Newton) que han mantenido durante los siglos la antigua sabiduría gnóstica y la verdad sobre Cristo escondida para el vulgo. La explotación comercial de todo esto se ha hecho últimamente patente.

 

Del área hispanoparlante podemos destacar, entre otras razones por su relativamente alta implantación en España, el llamado Movimiento Gnóstico Cristiano Universal. Lo creó en 1954 el colombiano afincado en México Víctor Manuel Gómez Rodríguez, que se hizo llamar “Venerable Maestro Samael Aun Weor”, afirmando que su alma había pasado por distintas reencarnaciones desde el comienzo del mundo, y correspondía realmente al Arcángel Samael. No se sabe mucho de sus ritos para los niveles avanzados –juran mantenerlos en secreto-, pero sí de sus doctrinas, pues el mismo Gómez escribió cinco libros. Encontramos ahí los elementos típicos del gnosticismo, aderezados con elementos tomados de todos lados. Su “cristianismo” es más que peculiar: Cristo no sería una persona, sino una fuerza impersonal inteligente que está latente en cada partícula de universo, y que a cada uno toca potenciar, pasando del “cuerpo lunar” al “cuerpo solar”, a través de prácticas como el yoga, la meditación, el estudio gnóstico y la llamada Sahaja Maithuna, una magia sexual de dudoso gusto. De todas formas, sería inútil buscar una coherencia en sus enseñanzas, pues han tenido variaciones con los años. Sobre el tono de sus enseñanzas, podemos hacernos una idea con su respuesta a la pregunta de cuándo alcanzará la piedra filosofal: “En 1978 se me entregará el Carbuncio Rojo, Afortunadamente, con ese carbuncio podemos ayudar mucho a la humanidad. A este Carbuncio Rojo también se le denomina Diamante Precioso, con el cual se cincelaron las paredes que constituyeron el templo de Salomón. No es cosa fácil llegar a poseer los Vehículos Superiores del Ser y nada fácil poseerlos si antes no se elimina el Mercurio Seco de la Filosofía. El Mercurio Seco no es otra cosa que los “agregados psíquicos inhumanos”, viva personificación de nuestros errores, de nuestros defectos psicológicos”.

 

Sin embargo, a pesar de la profecía, falleció a finales de 1977. Poco antes declaró que su alma pasaba a su seguidor Joaquín Amórtegui Balbuena, el “Venerable Maestro Rabolú”. Hubo conflictos de sucesión, y al final parece que ha sido su viuda, fallecida en 1998, la que más ha propagado la secta de Gómez, que está extendida por varios países.

 

El gnosticismo en España

 

¿Cuántos gnósticos hay en España? Debido a la naturaleza de los grupos y a su dispersión, resulta muy difícil dar una cifra. Podemos aventurar el número de cinco mil; de todas formas, se trata de una estimación de los gnósticos en un momento dado, pues la cifra aumenta considerablemente si se cuentan quienes se han sentido interesados el algún momento por un grupo gnóstico y ha seguido sus enseñanzas en mayor o menor grado.

 

El mayor porcentaje se lo llevan los rosacrucianos, con una particularidad. Consiste en que el mayor grupo, AMORC, sufrió una escisión en 1988 por parte de un canario, Ángel Martín Velayos, que fundó en Las Palmas su propio grupo, la Orden Rosacruz. Tuvo cierto éxito, lo que ha motivado que ya se haya establecido –con logias o talleres, según el tamaño- en al menos diez ciudades españolas. AMORC, cuya sede española está en Barcelona, reivindica dos mil adeptos en nuestro país, lo que posiblemente incluya a quienes reciben sus enseñanzas por correspondencia, aunque no hayan pasado por el rito de iniciación. La Fraternidad Rosacruz sólo está implantada en Madrid y Barcelona, con pocos miembros. Más numerosa en España es otra entidad, la Escuela Internacional de la Rosacruz de Oro –registrada como Fndación Risacruz-, con centros en doce ciudades. También hay alguna representación del llamado Instituto Filosófico Hermético.

 

Entre los demás, destaca el mencionado Movimiento Gnóstico Cristiano Universal, que supera el millar de seguidores.

 

Consideraciones finales

 

Este breve panorama nos permite concluir que el gnosticismo es un fenómeno religioso parasitario. Por una parte, necesita de una sabiduría “inferior” para poderse proclamar la superior. Por otra, sus elementos no suelen ser originales. Aparte de tomarlos unos grupos de los precedentes, y de los prestados de la religión parasitada, son sacados de religiones y mitologías consideradas exóticas. En el alto imperio romano, lo exótico venía de Egipto y Persia principalmente; desde los viajes de la Baja Edad Media, ha pasado a ser el Extremo Oriente, sobre todo la India. Todo esto permite ver que considerar el gnosticismo “cristiano” como una herejía, como ha sucedido respecto a las doctrinas de Marción o Basílides, es algo equívoco. No se trata de una desviación, sino más bien de tomar prestados elementos cristianos para construir un gnosticismo.

 

Una religión planteada como un club de selectos –el gnosticismo, y en general, cualquier esoterismo, lo es- siempre será, por definición, una religión de minorías. Sin embargo, aquí no estamos ante captaciones de pobres desdichados sin cultura. Los adeptos suelen pertenecer a las clases más favorecidas. Es gente con pretensiones. Por eso puede ejercer su fascinación algo que se presenta como una sabiduría superior, cuando eso mismo, visto con un poco más de distancia y de sentido común, aparece como el producto de una fantasía desbordante predicado por unos iluminados que no parece que puedan gozar de buena salud mental si de verdad creen lo que dicen. En todo caso, se trata de algo regido por la visión y no por la lógica, por lo que ésta difícilmente puede hacer entrar en razón a quienes se escudan en el prurito de ser una mente superior.

 

En otro orden de cosas, conviene distinguir el gnosticismo propiamente dicho del uso comercial o literario que se ha derivado o se ha inspirado en el mismo. En general, los escritores de ficción siempre han buscado inspiración en fantasías de todo tipo, y es evidente que el gnosticismo constituye un buen filón. De ahí que se hayan inspirado en el gnosticismo novelas, cuentos, y en nuestros días también películas. Aquí vale sencillamente todo lo que vende, y en un mundo desorientado como el nuestro hay avidez de novedades extrañas, como las había en el Areópago cuando llegó San Pablo, y al final resulta que no es pura coincidencia el que también en aquellos momentos el gnosticismo estuviera en auge. El fenómeno gnóstico es permanente, pero a la vez florece más en sociedades en las cuales la religión pasa por un periodo de confusión, ambigüedad o escepticismo.

 

 

Autor: Julio de la Vega-Hazas Ramírez

Fuente: Revista La Palabra