El portal de Internet del Ministerio de la Presidencia comunicaba el día de la ceremonia de investidura las afirmaciones de Evo Morales: “…con el permiso de nuestro padre sol y de nuestra madre luna, de la sagrada hoja de coca. Quiero empezar diciendo que hoy es un día especial, histórico de reafirmación de nuestra identidad…”
El líder de Bolivia Evo Morales, alguna vez afirmó ser católico, pero habitualmente no se priva de celebrar su fe “ancestral” practicando “rituales que reconocen como deidades a la Tierra, el Sol y las montañas, y asista a ceremonias de sacrificios de llamas, que son habituales en el área rural boliviana”, como varias ocasiones ha informado la agencia Efe.
Los medios recuerdan que no se trata simplemente de la participación asidua del presidente boliviano en cultos andinos precristianos, sino que el mismo Gobierno organiza actos oficiales religiosos dedicados al culto a la Madre Tierra o Pachamama. Sin ir más lejos, el actual mandato de Morales (el tercero consecutivo) se inició el pasado 21 de enero de 2015 con un “ritual ancestral” en las ruinas prehispánicas de Tiahuanaco, que fue la capital de una importante civilización de la antigüedad.
¿Un gobierno “bendecido” por los dioses y la energía?
Las agencias de prensa informaban entonces de que Evo Morales recibió la investidura presidencial “tras ser sometido a una serie de rituales para entrar en contacto con las fuentes de energía del lugar” ante miles de personas, comenzando con una “limpia de energías espirituales portadoras de desequilibrios”. De esta manera, los líderes espirituales indígenas llegados a Bolivia de diversos países del entorno ungieron al político “como su guía espiritual y político” y pidieron “a la naturaleza y al cosmos confirmar al Presidente como líder continental”. Algo que ya había sucedido en las investiduras anteriores (años 2006 y 2010).
No sólo eso, sino que la estética reflejó lo celebrado, y Morales fue vestido con un gorro ceremonial llamado ch’uku y con una túnica llamada unku, ambas con elementos solares repujados en oro, además de un báculo y unas abarcas. El báculo, en concreto, es un cetro sagrado llamado tupay qullana. La diseñadora de estas ropas rituales explicaba que el gorro “simboliza antenas para traer la buena energía del cosmos”.
Además, se realizó “un sahumerio para pedir permiso e invocar los respetos correspondientes a la luna, el sol y las estrellas” en la pirámide de Akapana. Después de todos los ritos, se dirigió a la Puerta del Sol del antiguo templo de Kalasasaya, en cuyas escalinatas el presidente recibió a los líderes indígenas y donde hubo un acto de ofrendas “con dirección a los cuatro suyos (regiones o divisiones) de Bolivia: el mundo, el mundo futuro, el mundo presente y el mundo del ancestro”.
¿Folklore o creencia?
El viceministro de la Coordinación con los Movimientos Sociales, Alfredo Rada, explicó a los periodistas la razón de toda la parafernalia antes citada de la última investidura del presidente boliviano: “somos respetuosos y creyentes de nuestros ancestros y nuestra cultura; por eso realizamos este ritual con gran devoción”. Así, introduce un elemento de gran interés: no sólo se trata de folklore o de mantenimiento de tradiciones culturales, sino que se trata de creencia.
No sólo eso, sino que la misma labor política y la evolución social de Bolivia se contempla y se interpreta desde estas coordenadas espirituales. El portal de Internet del Ministerio de la Presidencia comunicaba el día de la ceremonia de investidura las afirmaciones de Evo Morales: el país “ya vive el tiempo del Pachakuti, que significa el retorno del nuevo amanecer con esperanza de igualdad y progreso para todos”.
En lengua aimara, Morales dijo: “con el permiso de nuestro padre sol y de nuestra madre luna, de la sagrada hoja de coca. Quiero empezar diciendo que hoy es un día especial, histórico de reafirmación de nuestra identidad, de nuestra revolución democrática y cultural, por eso vivimos el tiempo del Pachakuti”, expresión que “quiere decir retorno del equilibrio”. Ya que en estos 500 años lo que ha reinado es “la oscuridad, el odio, racismo, discriminación y el individualismo”.
La religión oficial: el culto a la Pachamama
En el discurso inaugural de su nuevo mandato, Evo Morales también se refirió a los bolivianos como “hijos de la Pachamama”, es decir, la Madre Tierra. Aquí es donde empezamos a ver lo que parecen distorsiones y solapamientos entre lo religioso y lo cultural que no quedan nada claros a la luz de la Constitución actualmente vigente en Bolivia. En su artículo 4, el primer texto legislativo de la nación afirma que “el Estado respeta y garantiza la libertad de religión y de creencias espirituales, de acuerdo con sus cosmovisiones. El Estado es independiente de la religión”, confirmando así la laicidad estatal.
Pero esta separación entre la religión y la política no es cierta. Como explica el sacerdote Miguel Manzanera, “la política gubernamental profesa las creencias telúricas a la Pachamama y a Dios y acepta los principios éticos autóctonos… desconociendo la realidad religiosa del país”. En sus principales actos políticos –las tomas de posesión, como ya hemos visto–, el presidente “ha mostrado su preferencia por los ritos ancestrales y en no pocas ocasiones ha acusado de ser enemigos del pueblo al Cardenal y a los Obispos de la Iglesia Católica”.
La valoración crítica de este jesuita tiene un claro fundamento: la Constitución Política del Estado de Bolivia, que ya fue muy criticada por los obispos bolivianos antes del referéndum tras el cual fue aprobada en el año 2009. Entre otras cosas, los prelados aludían a esa contradicción entre la independencia estatal de toda religión con un artículo en el que parece que “el Estado asume sólo las espiritualidades indígenas originario campesinas”.
También los evangélicos observaron esto, ya que, como dijeron algunos, “la nueva Constitución no respeta a Dios y sólo permitirá el culto a la Pachamama”. El pastor Charles Suárez dijo en una jornada de oración en Sucre: “antes de honrar a la Pachamama, prefiero honrar a Dios, y mi voto será por el No”.
¿Qué dice la Constitución?
Es necesario que vayamos al texto constitucional para comprobar si las críticas de católicos y evangélicos a su dimensión religiosa tienen algún fundamento. Y nos encontramos justo en el inicio, en el primer párrafo del Preámbulo, la afirmación de que “poblamos esta sagrada Madre Tierra con rostros diferentes”. No sólo es Madre y se escribe con mayúsculas, sino que es “sagrada” y se mezcla después con Dios, cuando se proclama que “cumpliendo el mandato de nuestros pueblos, con la fortaleza de nuestra Pachamama y gracias a Dios, refundamos Bolivia”.
El artículo 4 consagra, como hemos visto antes, la libertad religiosa y la separación entre las confesiones y el Estado. En el artículo 30, cuando se señalan los derechos específicos de los pueblos indígenas, se insiste en su cosmovisión y en la protección no sólo de sus “creencia religiosa, espiritualidades, práctica y costumbres”, sino también de “la protección de sus lugares sagrados” y de la promoción de “sus rituales y sus símbolos”.
Es curioso que en el artículo 86, que asegura la libertad de credo en el ámbito de la enseñanza, se diga lo siguiente: “en los centros educativos se reconocerá y garantizará la libertad de conciencia y de fe y de la enseñanza de religión, así como la espiritualidad de las naciones y pueblos indígena originario campesinos”. Como puede verse, el párrafo se inicia con una afirmación de laicidad, pero enseguida está la referencia –o preferencia– concreta a la religiosidad ancestral.
Criterios desde el Magisterio de la Iglesia
En sus documentos oficiales, la Iglesia Católica hace una justa valoración positiva de lo indígena. Sin ir más lejos, el papa Francisco alude en varias ocasiones en la encíclica Laudato si’ a la importancia de la protección, el cuidado y la participación en las tomas de decisiones de las poblaciones aborígenes.
En la exhortación Ecclesia in America, Juan Pablo II señalaba que “si la Iglesia en América, fiel al Evangelio de Cristo, desea recorre el camino de la solidaridad, debe dedicar una especial atención a aquellas etnias que todavía hoy son objeto de discriminaciones injustas. En efecto, hay que erradicar todo intento de marginación contra las poblaciones indígenas. Ello implica, en primer lugar, que se deben respetar sus tierras y los pactos contraídos con ellos; igualmente, hay que atender a sus legítimas necesidades sociales, sanitarias y culturales. Habrá que recordar la necesidad de reconciliación entre los pueblos indígenas y las sociedades en las que viven” (n. 64).
Por otro lado, en el mismo documento el pontífice polaco se refería al respeto de las religiones no cristianas, ya que “la diferencia de religión nunca debe ser causa de violencia o de guerra. Al contrario, las personas de creencias diversas deben sentirse movidas, precisamente por su adhesión a las mismas, a trabajar juntas por la paz y la justicia” (n. 51).
En sus viajes, Juan Pablo II dio muestras de este respeto de la cultura indígena, pero dejando claro el anuncio de Cristo como el único que da plenitud a las aspiraciones de todas las culturas. En 1983 les dijo a los indígenas en Guatemala: “vuestras culturas indígenas son riqueza de los pueblos, medios eficaces para transmitir la fe, vivencias de vuestra relación con Dios, con los hombres y con el mundo. Merecen, por tanto, el máximo respeto, estima, simpatía y apoyo por parte de toda la humanidad”.
Y añadió después: “la obra evangelizadora no destruye, sino que se encarna en vuestros valores, los consolida y fortalece”. Una obra que incluye la purificación y el combatir los errores. Por eso Juan Pablo II citó el Documento de Puebla, donde los obispos iberoamericanos habían afirmado que “no puede verse como un atropello la evangelización que invita a abandonar falsas concepciones de Dios, conductas antinaturales y aberrantes manipulaciones del hombre por el hombre”.
Aunque no se trata de Magisterio de la Iglesia propiamente dicho, es bueno que veamos lo que escribía en 2014 el laico uruguayo Guzmán Carriquiry, vicepresidente de la Pontificia Comisión para América Latina, sobre el indigenismo como ideología, que “re-propone hoy la ‘leyenda negra’ (ya no contra España, sino contra la Iglesia católica y su evangelización), se nutre del mito del ‘buen salvaje’, intenta resucitar arbitrariamente las religiones paganas naturalistas, promueve los nuevos brujos y ‘chamanes’ y enlaza la relación indígena con la ‘madre tierra’ según sensibilidades contemporáneas del panteísmo ‘holístico’, típico de las corrientes ‘new age’”.
Finalmente, es interesante que nos fijemos en el discurso de Francisco al llegar a Ecuador el 5 de julio. En un momento dado se refiere al lugar donde se encuentra, con una alusión a su emplazamiento cosmológico, pero sin caer en la divinización, sino haciendo una interpretación cristiana de ello: “en Ecuador está el punto más cercano al espacio exterior: es el Chimborazo, llamado por eso el lugar ‘más cercano al sol’, a la luna y las estrellas. Nosotros, los cristianos, identificamos a Jesucristo con el sol, y a la luna con la Iglesia; y la luna no tiene luz propia, y si la luna se esconde del sol se vuelve oscura. El sol es Jesucristo y si la Iglesia se aparta o se esconde de Jesucristo se vuelve oscura y no da testimonio”.
Autor: Luis Santamaría del Río