La “Era de Acuario” pone fin a la ética

Publicado en: ORIENTALISMO

Era de Acuario

No reconoce valores morales objetivos. En lugar de la ética fundamentada en valores, se postula una “evolución consciencial” hacia formas más altas y perfectas de vida mental sin que intervenga la libertad ni el esfuerzo moral, pues se entiende como continuación de la evolución que condujo a la hominización, en este caso por vía mental. El progreso moral del hombre se entiende como el ingreso en un “estado integrado”, perfecto, armónico, equilibrado, corporalmente feliz, sereno en la conducta y psicoafectivamente gratificante.

 

 

La “Nueva Religiosidad” se presenta a sí misma como una dulce y pacífica conspiración. Quien primero sistematizó sus ideas centrales fue la profetisa–periodista Marilyn Ferguson en su famoso libro “La conspiración de acuario”. La denominación procede del ámbito de la astrología esotérica. Su idea base es la del gran año cósmico: tiempo que tarda la prolongación del eje del sol en recorrer aparentemente los 12 signos del zodiaco astrológico. En la banda de entre 8 y 9 grados a ambos lados de la eclíptica solar entra una constelación más –Serpentario, entre Sagitario y Escorpión–, que rompe la perfecta división en 12 sectores iguales, al ocupar –sideralmente– casi todo el sector que el zodiaco astrológico –trópico– asigna a Sagitario. A pesar de este descubrimiento astronómico, los “newagers” siguen aferrados al Zodiaco astrológico y sostienen que estaríamos pasando del mes de Piscis, coincidente con la hegemonía del Cristianismo, al de Acuario en el que será hegemónica la “Nueva Religiosidad”. Sin embargo, astronómicamente, Piscis ocupa casi todo el sector del Aries zodiacal y sólo un tercio de Piscis trópico. Aries, era de hegemonía del Judaísmo, por su parte, sólo ocupa realmente una novena parte del Aries zodiacal o trópico. A esta dificultad hay que añadirle los desajustes producidos por la oscilación del eje de la tierra en períodos de 25.880 años, el fenómeno de la “precesión”; hecho astronómico que refuerza los desequilibrios entre el zodiaco trópico y la posición de las constelaciones en relación a nuestro planeta. Esto, sin embargo, no desanima a los acuarianos. Según algunos cálculos “astrológicos” realizados por conspiradores de acuario, la “Nueva Era” comenzará con la entrada del sol en Acuario (zodiacal) el año 2160. Piscis, era de luchas, oposiciones, tensiones políticas y religiosas, habría ocupado desde el 1º de marzo del año l hasta el 2160. Otros conspiradores piensan, en su impaciencia, que ya hemos entrado en Acuario, concretamente el día 2 de febrero de 1993 a las 9.12 h., cuando Urano y Neptuno se encontraron a 19º de Capricornio. Hay algunas dataciones más en competencia. Piensan en un nuevo renacimiento, una civilización distinta, una nueva “edad de oro”: más humana, más espiritual, más acogedora de tradiciones consideradas marginadas en Piscis. Creen que los progresos de la civilización científica están contrarrestados por las “negatividades” que han engendrado: sobreexplotación, desequilibrios económicos y sociales, peligro nuclear, desastre ecológico, sentimiento de frustración, etc. La “Nueva Religiosidad” quiere contrarrestar estos contravalores con los valores de la sensibilidad, la paz, el desarme, el arte, la espiritualidad como autorrealización una vez desechada la “gastada” y anticuada fe en un Dios trascendente. Todo ello acompañado de un pensamiento tipo “Alicia” adecuado para un mundo maravilloso en ciernes.

 

Religiosidad neo–romántica

 

Se trata de una religiosidad neo–romántica tratada con un baño de sensibilidad “espiritual” oriental. Proclaman que de la antigua religión hay que pasar a la “espiritualidad”, entendida como experiencia inmanente de ampliación de conciencia, que busca la consolación, la experiencia agradable, el sentimiento gratificante, la armonía y la paz interior, el equilibrio psíquico y corporal. Un estado que ha sido llamado “suprasexo” por los propios acuarianos. Sostienen que la religión, entendida como relación con un Dios trascendente, es una proyección psíquica inmanente. Pretenden “reencantar el mundo” con los duendes, hadas, ninfas, gnomos, ondinas, salamandras y silfos. Quieren revalorizar la fantasía y la imaginación que el modernismo científico abolió, provocando la sequía de valores “espirituales” que en la actualidad padecemos.

 

Como “neo-gnosticismo” da primacía a los valores de la mente, poniendo de relieve la preponderancia de la conciencia como sede de experimentaciones supra o extra–sensoriales. Ha redescubierto los viajes extra–corporales –extrapolados de su ambiente chamánico– y las experiencias en las fronteras de la muerte realizadas por personas en coma o en situación neurológica límite, esgrimiéndolos como “pruebas” de acceso a la “Conciencia Universal” –que sustituye al antiguo Dios–.

 

La “Nueva Religiosidad” ha extendido un “paradigma oximórico” de lectura de la realidad. “Oxys” significa puntiagudo, penetrante. “Môros” tiene el significado de blando, mullido. El “oxymoron” es la figura cultural por la cual una idea o concepto penetrante y puntiagudo, se introduce en otro blando. El resultado es que el concepto penetrado puede mantener su morfología a pesar de que, desde el interior, el otro elemento estaría actuando para proporcionar una significación diferente de la propia original. Ideas y creencias procedentes de otros ámbitos, religiosos y culturales pueden, así, penetrar “oxymóricamente” conceptos fundamentales declarativos de la fe cristiana, de tal modo que conservando éstos su morfología van cambiando paulatina y inadvertidamente hacia el significado que destilan desde su interior las ideas y concepciones de otras religiones y mundos culturales. Imperceptiblemente puede darse un vuelco espectacular a los contenidos y significados de esos conceptos, ideas y contenidos de fe, no seguramente en los ámbitos más cultivados en los que los filtros teológicos actúan con eficacia, pero sí en sectores comunitarios desarmados de experiencia espiritual cristiana y de educación religiosa adecuadas. Se habla de Dios y de Cristo por parte de los acuarianos. Pero no hablan del Dios cristiano ni de la segunda persona de la Trinidad.

 

La conciencia de la “unidad universal”

 

A lo anterior se añade un paradigma explicativo “holonómico” –“holístico”–. Definido por la llamada “Gnosis de Princeton”, este paradigma postula que la naturaleza o esencia última de la realidad es un flujo infinito de energía que se despliega para formar el espacio, el tiempo y la materia. Según este paradigma todo se compenetra e influye mutuamente hasta tal punto de que el “todo” se reproduce en cada una de las partes, como la imagen en un espejo roto. Superadas, de este modo, las antiguas relaciones dualísticas de la era de Piscis, la humanidad se encaminaría hacia una forma de “nueva conciencia” definida como la “conciencia de la unidad e integridad universal”: todo es percibido como formando una unidad e integridad anímico–espiritual dentro de la cual todo se interrelaciona. Ésta es la “Conciencia Integral” es decir, la que “integra” los estados de conciencia anteriores (mágico, mítico y mental) en un “estado supra-racional” donde se percibe la integridad del cosmos por encima del espacio y el tiempo. Un nuevo panteísmo “neo–gnóstico” con base en la psicología transpersonal y con el atractivo de una terminología “científica”.

 

El fin de la ética

 

La “Era de Acuario” pone fin a la ética. No reconoce valores morales objetivos. En lugar de la ética fundamentada en valores, se postula una “evolución consciencial” hacia formas más altas y perfectas de vida mental sin que intervenga la libertad ni el esfuerzo moral, pues se entiende como continuación de la evolución que condujo a la hominización, en este caso por vía mental. El progreso moral del hombre se entiende como el ingreso en un “estado integrado”, perfecto, armónico, equilibrado, corporalmente feliz, sereno en la conducta y psicoafectivamente gratificante. En la “Era de Acuario” el ser humano habrá cambiado hacia la perfección. Sostienen que actualmente estamos preocupados en nuestro pequeño mundo material, el mundo viejo de lo conocido, mientras tenemos ante nosotros un océano de verdades por descubrir, todo e] mundo de la fantasía, la imaginación, el “espíritu”, la conciencia. No hay normas morales objetivas, sino sólo la transformación, el cambio; y la transformación no es la meta, sino el camino: buscando, ensayando, aun por caminos de destinos inciertos, uno se transforma y se salva.

 

El Dios personal queda diluido

 

Estamos ante una religiosidad terapéutica y curanderista. Se trata de la “sanación” por medios psicosomáticos, preferentemente “espirituales”. Sustituye la idea de Dios por conceptos más vagos de connotación curanderista: es la “energía cósmica”, la “conciencia universal”, el “espíritu”, la “fuerza”, la “fuente” inagotable de vida, de plenitud. La “Nueva Religiosidad” diluye el rasgo personal de Dios propio de los monoteísmos. El nuevo “dios” aparece desdoblado: como totalidad de la realidad, por una parte, y como “Gea” –“Gaya” la “diosa–madre–Tierra”, entendida como organismo vivo, uno de cuyos órganos es la humanidad. Un “neo–gnosticismo” monista. El hombre es “uno” con la Tierra y el conjunto está enfermo. La Tierra madre, está sufriendo. La raíz de estos males es el paradigma dualista, materialista y técnico que ha llevado a la desacralización total del mundo y a su sobre-explotación. La curación sólo se conseguirá actuando en dos direcciones: mediante un ecologismo militante –casi ecolátrico– en defensa y restauración de la naturaleza, y desarrollando las medicinas alternativas, psicosomáticas, homeopáticas o naturalistas.

 

La reencarnación “adaptada”

 

El eje-núcleo de la “Nueva Religiosidad” es la creencia en la reencarnación, “adaptada” para consumo occidental fuera de su ámbito propio: el Hinduismo y el Budismo. Todas las demás creencias se articulan en torno a esta. No tenemos una vida decisiva en la que nos jugamos lo que habremos de ser definitivamente, sino varias a disposición para ir realizando fluidamente “nuestro ser divino”. Se trata de una adaptación ingenuamente optimista de esta creencia oriental: basta con creer que, necesariamente, en las varias vidas ofertadas puede ir optimizándose el “yo” hasta su perfecta auto–salvación.

 

Lo anterior nos lleva a contemplar la “Nueva Religiosidad” como una “teotécnica”. El hombre construye su propia salvación. Por eso no ha desarrollado propiamente una teología, sino que se ha configurado como una “teotécnica”, como un “método” para utilizar lo “divino” en provecho de la propia autorrealización. El hombre de la “Nueva Religiosidad” no admite un discurso teológico que le dice que es pecador y sólo aceptará que se encuentra en un estadio poco desarrollado de evolución consciencial. La conciencia está avanzando automáticamente hacia un estado perfecto, incluyendo el enriquecimiento alcanzado y superando las dualidades actuales (espacio-tiempo, materia–energía, bueno–malo, etc.).

 

El “Cristo cósmico”

 

Con la “Nueva Religiosidad”, el Dios reprimido retorna desfigurado y “sin rostro”. Establece que la madurez consiste en conocer –gnosis– que la representación del Dios personal no es más que un símbolo de la hondura más recóndita del propio yo. Se pasa así de la religión a la “espiritualidad” entendida como profundidad de la conciencia pero sin contacto con la alteridad de Dios. Junto a la desfiguración de Dios acontece la despersonalización de Cristo. Especulan acerca de un “Cristo cósmico”, un símbolo figurativo, no una persona. No hay lugar para la confesión de fe en el Cristo único, Hijo de Dios, encarnado en Jesús de Nazaret. La fuerza que tiene el evento histórico Jesús de Nazaret en el Cristianismo, como única encarnación de la segunda persona de la Trinidad y mediador universal de la creación y la salvación queda desdensificada en el aspecto cósmico y universal de Cristo, pero sin vinculación única y necesaria con Jesús de Nazaret. Éste es “una” entre las varias manifestaciones e “epifanías” del Cristo cósmico, entre las cuales se cuentan otros grandes fundadores religiosos, y hasta ciertos hombres o mujeres que actualmente representan ciertos valores para la humanidad.

 

El supermercado espiritual

 

La “Nueva Religiosidad” es un verdadero “supermercado espiritual”, en donde se puede consumir una religiosidad débil, construida a la medida de las necesidades del sentimiento humano. Cada uno puede “comprar” su propia espiritualidad cargando en su “carrito de sensibilidad” lo que más le gusta de las diversas religiones mundiales o de las “sombras” que las acompañan. Se deambula entre los expositores de las creencias, aquí se compra, allí no. Más adelante se cambia un producto por otro más adaptado, menos costoso o mejor presentado. Se consume un “minestrone” cocinado al propio gusto. Por eso se puede llamar una “religión de la ciudad” –city religion–, porque requiere de confluencia de productos, de oferta de grandes superficies, de “boutiques” de espiritualidad, de “redes” de contacto. Una “religión” de camuflaje, donde lo importante no es tanto el contenido sino la estructura fluida y nebulosa mediante la cual puede penetrar inadvertidamente cualquier religión o espiritualidad. Se puede encontrar también dentro de algunos ambientes cristianos, en mayor o menor medida, cuando cada uno se construye su propio credo y praxis.

 

Una religión débil

 

En la “Nueva Religiosidad” pueden encontrarse valores y contravalores. Tiene de positivo el potenciar los valores de la armonía, el equilibrio, la paz; pero no puede ocultar que es un irenismo sincrético resuelto en una religión débil y dulce en la que la auténtica experiencia religiosa se sustituye por la experiencia de encuentro con los propios deseos humanos que construyen una religión a la medida. Detecta la necesidad de ayudar al hombre a acercarse a la experiencia personalizada de Dios; pero, a cambio, realiza una total inmanentización del Dios vivo. Reserva un lugar a la significación universal y cósmica de Cristo como “símbolo” salvífico; pero, en contrapartida, induce una energetización a–historizante y a–personal de Cristo y de su Espíritu. Por otra parte, coincide con el Cristianismo en poner de relieve la primacía del espíritu sobre la materia; pero desconoce la densidad de la realidad histórica del hombre y del mundo que lleva a desdibujar la responsabilidad moral como aptitud para responder de lo que se hace con la propia vida, individual y colectiva, y con la realidad. Es positivo su giro ecológico, que pone de relieve la necesidad de cuidar el mundo, íntimamente solidario del ser humano, y potencia la corporalidad humana frente a visiones dualísticas y maniqueas; pero consuma la divinización de la naturaleza, negando su creaturalidad e induce una idolatría soterrada en la que el culto al propio cuerpo, al bienestar psicofísico, al confort y, en el fondo –aunque lo disimule– al consumo, se constituyen –entre otros muchos– en los nuevos dioses que pueblan su mundo de “armonía y de paz”. Proclama un cierto optimismo en cuanto a las posibilidades de salvación final del hombre y del mundo; pero, al mismo tiempo, propone una soteriología automática según el modelo de la ingenua teoría evolucionista del progreso indefinido: la autosalvación se realiza en un proceso de evolución consciencial independiente de la gratuidad del don divino, de la libertad humana y de las mediaciones religiosas institucionales. En fin, esta “Nueva Religiosidad” llama a atender valores personales –preferentemente individuales–; pero, en contrapartida, olvida completamente la verdadera projimidad, decantándose hacia una falta de compromiso y ausencia total de preocupación por el mejoramiento de las condiciones de vida de los marginados y de los pobres de la tierra.

 

 

Bibliografía

 

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CARDENAL G. DANEELS, Cristo o el acuario. Carta pastoral con motivo de la Navidad de 1990: Boletín Informativo del Secretariado de Relaciones Interconfesionales 35 (1991) 5-16.

 

KEHL, “Nueva era” frente al Cristianismo (Herder, Barcelona 1990).

 

J. SUDBRACK, La nueva religiosidad. Un desafío para los cristianos (San Pablo, Madrid 1990) (El libro del Prof. Sudbrack es de necesaria lectura para profundizar en este fenómeno).

 

 

Autor: José Luis Sánchez Nogales

Fuente: Revista Crítica