Brindaba con princesas y reyes, aplaudido por cortesanos de derechas e izquierdas como figura referencial del éxito; los mismos que huyeron ante las acusaciones de estafa y apropiación indebida; los mismos que aportan espacio al discurso populista de un hombre que gusta del “ajedrez ideológico”.
Es uno de los personajes de actualidad en España. Mario Conde (Tuy, 1948) estudió Derecho y se convirtió en abogado del Estado, aunque fundamentalmente es conocido por haber sido presidente, entre 1987 y 1993, de la entidad bancaria Banesto. Fue depuesto de este cargo por diversos escándalos financieros, por los que fue juzgado y condenado, cumpliendo parte de la pena en la cárcel de la cual salió por última vez el 17 de junio de 2016. También se ha movido en el mundo empresarial, político y de los medios de comunicación. Y aunque 25 años después de haber sido condenado y encarcelado mantiene una deuda de casi 15 millones de euros con Hacienda (España), sigue en pie.
Muchas voces se han alzado a lo largo de los años señalando la incoherencia de un personaje que aparecía con asiduidad en foros públicos y medios de comunicación dando “lecciones de moral” en el contexto de la crisis mientras que, por otro lado, incurría en un supuesto fraude. Sin embargo, cabe destacar una faceta personal que el protagonista hizo ver tras su salida de la prisión y que está en el ámbito de lo espiritual. Algunos católicos incluso han alabado esta nueva cara de Conde, pero… ¿de qué espiritualidad se trata?
Mario Conde, masón
Si se preguntara a los españoles en una encuesta por personas que asocien a la masonería, seguramente el nombre más citado sería el de Mario Conde. Pero no se trata de una “leyenda urbana”, sino que es un dato cierto, confirmado por muchas fuentes (y solventes).
En una entrevista televisiva que le hizo Ernesto Sáenz de Buruaga en 2010 afirmó, entre otras cosas, que “la incompatibilidad entre los católicos y los masones es un mito”. Y señalaba que, frente a lo que sucede en otros países, donde prima la inquietud espiritual, en España “se busca más el poder, el medrar” a la hora de ingresar en la masonería, lo que explica su poca importancia en nuestro país. Además de citar de memoria algunos fragmentos de las Constituciones de Anderson, uno de los documentos fundamentales de esta sociedad secreta, con el que dice estar “rotundamente de acuerdo”.
En su libro Masonería, religión y política, Manuel Guerra traza así el perfil masónico de Mario Conde: “Iniciado en la logia Concordia del Gran Oriente Español (Madrid, noviembre 1980), consiguió el grado de Maestro (3º) en ocho meses (julio 1981). En 1982 la logia Concordia pasó a depender de la GLE (Gran Logia de España). A finales de ese año, Conde es su Venerable Maestro o presidente (octubre 1984). Diputado Gran Orador de la GLE. Financió ‘logias de investigación’ o dedicadas al estudio de la masonería y del esoterismo. En 1986 miembros destacados de la GLE le proponen ser su Gran Maestro o presidente supremo. […] En noviembre de 1987, Mario Conde ya había solicitado la ‘plancha de quite’ o paso a estado de ‘durmiente’” (la plancha de quite es el documento de baja en la masonería, y se llama durmiente al masón que no participa de forma activa en una logia).
Además, Ricardo de la Cierva puso de manifiesto la vinculación entre el ex banquero y la masonería italiana, destacando el hecho, contado por muchos otros cronistas, de la significativa presencia de Giuliano Di Bernardo, un importante masón italiano, en su investidura como doctor honoris causa por la Universidad Complutense (en el libro La masonería en España. La logia de Príncipe, 12).
Trayectoria espiritual
En su primer libro, El sistema (1994), después de confesar que le fascina la Iglesia católica como institución, Conde afirmaba: “siempre he sentido una especial inquietud por la realidad religiosa, y a lo largo de mi vida he buscado respuesta a muchos interrogantes. El que lo haya conseguido o no es, por el momento, un tema estrictamente íntimo”.
Una reserva que dejó tras su paso por la cárcel, hablando abiertamente de asuntos espirituales. Además de deslizar referencias a lo masónico, el esoterismo y lo pagano. En cuanto al contenido, destaca el capítulo 22 de su libro autobiográfico Memorias de un preso (2009). Un apartado con este título ciertamente gráfico: “El mundo del espíritu no tiene cárcel”, y en el que afirma desde su experiencia que en la prisión “es como si la privación de libertad trajera como consecuencia un aumento de la espiritualidad”.
Es entonces cuando desvela lo ocultado en su primera obra: “en mi caso, la preocupación por lo religioso, por el mundo espiritual para ser más concreto, era algo que me había acompañado desde mis quince o dieciséis años. Pero siempre fue una aproximación plagada de cierta rebeldía. Mientras descansé en el Dios antropomorfo característico de la versión exotérica católica, mi Dios era mi Dios, y no deseaba compartirlo con nadie más”. Lo que da a entender que hay otra versión del catolicismo, la esotérica. De hecho, habla del cristianismo esotérico y de la unidad de las religiones, e incluso cita en otros lugares la Antroposofía de Rudolf Steiner.
“El esoterismo me llenó”
Después, explica, en su época universitaria “ese Dios se me vino al suelo, con gran dolor de mi corazón, por cierto, porque no deseaba la soledad provocada por su ausencia. Intenté recuperarlo por todos los medios… Pero nada. Dios se fue y me quedé solo”. Aprovecha entonces para asestar un golpe a la fe católica (y a las demás): “uno de los grandes problemas es que la espiritualidad se viste de religión y se pierde”. Siguiendo a su espíritu, afirma, “andando, andando fui por el camino del esoterismo y el esoterismo me llenó”.
Cuenta que en su tercer período en prisión devoró cientos de libros: budismo, taoísmo, Krishnamurti, la Tradición (en términos esotéricos), Ken Wilber, Sri Aurobindo, Vicente Merlo… sobre todo de madrugada, en el silencio: “más que leer, como siempre ha sido norma en mi vida, estudiaba. En ocasiones una página me duraba días, hasta que conseguía captar su mensaje profundo”.
Y no sólo se quedaba en la lectura, sino que pasó a la práctica de la meditación, con “una serie de asanas de yoga que fui seleccionando con paciencia… al final, de todas las técnicas de meditación que intenté, la quietud me resultó la más satisfactoria”.
Así, explica, “fui recuperando el sentido de trascendencia, referido ahora a la Humanidad como proyecto” (así, con esa mayúscula). Como puede observarse, ya se ha excluido del todo a un Dios personal. Lo más parecido es lo que él denomina “el Espíritu”, algo con resonancias gnósticas y panteístas, ya que, por ejemplo, al diferenciar en el ser humano entre la personalidad –algo superficial y sin valor– y el yo –lo verdaderamente real–, dice que este yo “es el ‘trozo’ del Espíritu que se guarda en nosotros… Nosotros creemos que somos individuos, pero es porque hacemos referencia a los factores externos de la personalidad”.
Otro juicio negativo que emite sobre lo religioso es éste: “las creencias me parecen peligrosísimas… para mucha gente, funcionan como adormecedores de angustias. Yo lo que quiero no es adormecer mis angustias, sino encontrar un camino espiritual”. Y en un momento determinado dice que las personas somos “posada transitoria” de la divinidad.
La atracción de Oriente
También ocupa un lugar importante en sus reflexiones todo lo relativo a Oriente, como ya hemos observado en sus lecturas carcelarias. Además, en la entrevista televisiva antes citada alababa la seriedad del budismo, llegando a decir que “yo estoy absolutamente de acuerdo con un 90 % de las cosas que dice”. En un artículo de su blog, fechado en 2015, escribía: “el budismo ha desarrollado un alto grado de conocimiento acerca de las causas, el origen, la esencia, el tratamiento y la evitación del sufrimiento”.
Pero es realmente el taoísmo la doctrina oriental que más le ha marcado, según sus propias declaraciones. En una entrevista concedida en 2008, al relatar su evolución espiritual, explicaba así su abandono de la fe católica: “el Dios cristiano es un Dios muy cercano, un amigo por decirlo así, con quien se puede hablar. Pero desde mi estudio del Tao se me ha hecho patente que el lenguaje de Dios es el silencio”.
No es casualidad, entonces, que en 2008 publicara un libro titulado La palabra y el Tao. En él, con grandilocuencia, escribe que “la gigantesca dimensión del taoísmo, de su metafísica, todavía arranca en mí escalofríos en la piel” al recordar sus lecturas en la prisión, en cuyo contexto “el Tao cumplió una misión impagable en ese sendero del espíritu”. Afirma en sus páginas que “la única manera de rezar, hablar con la deidad, es precisamente sin palabras. El silencio es el lenguaje de los dioses”.
Y, como curiosidad, podemos señalar la presencia en su bitácora personal de un artículo –no escrito por Conde, pero sí publicado en su blog– sobre “el acto sexual tántrico”, que realizándose “sin eyacular, sin soltar energía”, da como resultado que “se funden los dos sexos, masculino, femenino, el yin y el yang, entrando en una profunda relajación. Olvidando cualquier tipo de ego y aprovechando esa energía revitalizadora”.
Un guiño a las terapias alternativas
Buceando entre los escritos de Mario Conde puede encontrarse uno con más sorpresas. Como la sospecha que lanza a la medicina convencional, sobre todo a raíz de la dura experiencia de la enfermedad (cáncer) y posterior muerte de su esposa, Lourdes Arroyo. Lo que le hizo buscar con ahínco una “explicación satisfactoria al funcionamiento de los factores emocionales en los procesos de aparición de células cancerígenas”.
Y fue por los derroteros de la New Age, claro. Leyendo a Ken Wilber. Y contemplando la plausibilidad de las teorías de Jorge Carvajal, un gurú que ha originado una pseudoterapia llamada “Sintergética” y que, según el ex banquero, tiene el mérito de “superar la ignorancia de la ciencia oficial que ha fragmentado al ser humano de modo tan artificial como doloroso”, sin tener en cuenta lo emocional.
Conde afirma que el cáncer es una “enfermedad del espíritu” y que para entenderlo hay que recordar que “la muerte es la otra cara de la vida, y ambas pertenecen a la existencia en cuanto tal. Vida y muerte forman parte del eterno Siendo”.
Un maestro de la Nueva Era… con raíces masónicas
Todo lo visto hasta ahora nos permite encuadrar a Mario Conde en el esoterismo y en la Nueva Era, habida cuenta de la diversidad de fuentes espirituales de las que bebe y que combina en un hábil sincretismo propio de la nueva religiosidad. Algo totalmente entendible a la luz de su pertenencia a la masonería. Algo que explica, también, su incursión en el mundo editorial, participando en la creación de sellos como Séneca, Nous y Dharana, para publicar obras de temática masónica y de la nueva conciencia.
Manuel Guerra afirma sobre el ex banquero que “a juzgar por lo que escribe en su libro Los días de gloria, su pensamiento ‘religioso’ no es cristiano, sino masónico. La creencia en la Transcendencia, en el Ser trascendente, que él comparte, puede ser compatible con el Gran Arquitecto del Universo. Una norma masónica es la marginación de lo cristiano y de Jesucristo, silenciando incluso su nombre. En su libro Conde no menciona ni una vez a Jesucristo, Cristo o Jesús de Nazaret”.
El libro Siendo, eso es todo (2015), que recopila la correspondencia de Mario Conde con el antropólogo Javier León, exponente de la Nueva Era –incluso en la práctica, con vida comunitaria–, está dedicado “a los herejes de todos los tiempos”. Y en algunas de sus cartas, Javier le desea “que su Gran Arquitecto le cuide” (la terminología masónica para referirse a su idea de Dios).
El año 2015 escribió en su blog que un concepto esencial del mundo espiritual es “la Unicidad, la idea del UNO en el que todos estamos integrados”. En sus primeras memorias desde la prisión recuerda una afirmación de Krishnamurti: “no hay camino hacia la verdad”. Y añade, de su propia cosecha: “no hay otro camino diferente que el propio caminar. La verdad, la única verdad de la que podemos disponer con certeza es la experiencia. Solo el que prueba sabe”.
Considera que hay un núcleo común a todas las religiones, una sabiduría oculta: “Si se profundiza en esos impulsos esotéricos, las religiones se encuentran, convergen directamente en el mismo centro. Y sólo con la unión de las fuerzas espirituales podrá solucionar la humanidad sus problemas, esa es mi firme convicción”. También ha dicho: “si se reducen las religiones y las tradiciones místicas a su bien entendida dimensión ‘esotérica’, es decir, mística, coinciden todas en lo esencial”.
Algo muy alejado de la convicción que tienen las religiones reveladas, y en concreto del cristianismo, que considera a Jesucristo “el camino y la verdad y la vida”, tal como él mismo se autodefinió. Algo muy cercano, por el contrario, a la concepción de Dios y de la religión que tienen los masones.
Autor: Luis Santamaría del Río