Nostradamus: ¿Profeta de Dios?

Publicado en: MAGIA Y SUPERSTICIÓN

La profecía, para decirlo con una sola palabra, procede de Dios. La adivinación procede del demonio o de la astucia humana. Entre ambos existe una fosa infranqueable.

 

 

No hay año en el que no se ponga de moda Nostradamus… sus profecías aparecen en los medios de comunicación –siempre con tintes catastrofistas y negativos– y producen inquietud en no pocas personas.

 

Nostradamus. El nombre enigmático y atrayente, el paradigma del visionario. En los años 90, el periodista Damian Thompson constataba que “todo título que incluya el nombre de Nostradamus, el vidente francés del siglo XVI tiene la venta asegurada, como cualquier libro con una nave espacial en la portada”. Pasaba en los años 90 y pasa ahora. Porque, antes y después del redondo año 2000, cargado de resonancias milenaristas, la figura de Nostradamus ha seguido interesando al personal, y se ha utilizado como gancho comercial y reclamo publicitario, además de servir de autoridad a la que acudir en las más diversas previsiones apocalípticas.

 

¿Quién fue este personaje, qué escribió? ¿Merece la pena que se le dedique tiempo e interés?

 

La figura histórica de Nostradamus

 

Michel de Nôtre-Dame nació en 1503 en Saint-Rémy-de-Provence, al sur de Francia, en una familia acomodada de origen judío converso (de ahí su apellido alusivo a la Virgen María). Hizo estudios de Medicina y la ejerció de forma profesional, además de dedicarse también a la astrología, la elaboración de horóscopos y otros saberes propios del esoterismo, algo común en su época.

 

En 1537 enviudó de su primera esposa y perdió a sus dos hijos por causa de la peste. En 1547 contrajo segundas nupcias con una viuda adinerada, lo que favoreció que se dedicara más al ocultismo.

 

El también llamado “mago de Salon” (por afincarse en esta ciudad provenzal) empezó a escribir profecías, normalmente de signo negativo, por lo que la sociedad de su tiempo lo miraba con recelo.

 

Algunos aseguran que en sus inicios como vidente evitó la condena a muerte por gozar del favor de la reina francesa de su tiempo, Catalina de Médici. Sin embargo, su fama aumentó y, gracias a lo que algunos consideraban aciertos en sus vaticinios, consiguió llegar a ser médico real en tiempos de Carlos IX.

 

Murió en 1566, aquejado de gota. En su epitafio se le denomina “el único hombre digno, a juicio de todos los mortales, de escribir con pluma casi divina, bajo la influencia de los astros, el futuro del mundo”.

 

Su obra: Las Centurias

 

Nostradamus ha sido llamado “el más grande y genial de los profetas de la era cristiana”. Esto se debe no tanto a sus pronósticos sueltos y a los horóscopos personalizados que compuso para los aristócratas de su época, sino sobre todo a que en 1555 publicó en Lyon su obra más célebre: Las Centurias, cuyo título original completo es: Las verdaderas centurias astrológicas y profecías.

 

Se trata de una obra escrita a base de cuartetas con rima, agrupadas en el proyecto original de cien en cien, y de ahí su encabezamiento. El libro está formado por diez de estas centurias y está escrito con un lenguaje ciertamente misterioso, casi críptico, con nombres figurados para los lugares, mezcla de términos en diversas lenguas, símbolos, palabras con errores voluntarios, alusiones enigmáticas, etc.

 

Varios estudiosos han hallado en sus versos abundantes elementos copiados de textos clásicos y obras ocultistas anteriores.

 

Yendo más allá de las profecías de su tiempo, se han atribuido a Nostradamus diversos “aciertos” en la historia posterior, como sus supuestas predicciones de la Revolución Francesa, el acceso al poder de Napoleón… y todo lo vivido en el siglo XX, por la atención especial que se le ha prestado.

 

En un libro de divulgación de sus profecías podemos leer que “desde que terminó la primera guerra mundial hasta que estalló la segunda… los principales acontecimientos que caracterizan este período… fueron descritos por Nostradamus con absoluta precisión y, a menudo, con particularidades y detalles que excluyen cualquier posibilidad de error en la interpretación de cuanto nos legó el gran vidente”.

 

Aparece todo lo imaginable: la ocupación de Roma y la unificación italiana, la Revolución Rusa, el ascenso de Hitler y el nazismo, la Sociedad de Naciones, el auge y caída del fascismo, la Guerra Civil española, la Guerra del Golfo y los muchos conflictos de Oriente Medio, la Unión Soviética, la caída del Muro de Berlín, el 11-S, etc.

 

Pero no sólo se trata de acontecimientos bélicos y políticos, sino que también se han visto en sus Centurias vaticinios de la invención del cine, el aeroplano, el telégrafo, el teléfono, la electricidad, e incluso de la epidemia del sida, etc.

 

Vamos a ver un ejemplo concreto de los métodos de interpretación que se aplican a las Centurias.

 

Si leemos una de ellas (I, 10), sus primeros versos dicen: “serpientes transmitidas en la jaula de hierro / donde los siete hijos del rey van presos, / los ancianos y padres saldrán bajo de la fosa”.

 

¿Qué habría predicho aquí Nostradamus?

 

Pues nada más y nada menos que la cinematografía, ya que las “serpientes” serían los rollos de celuloide y los proyectores “la jaula de hierro”. En ellas estarían aprisionados “los siete hijos” (colores del arco iris) “del rey” (el sol, la luz) y harían aparecer los antepasados que están “bajo de la fosa” en la pantalla.

 

Como puede observarse, una interpretación totalmente simbólica y posterior al hecho, que podría aplicarse a muchas cosas más. Y ciertamente con mucha imaginación… demasiada imaginación.

 

El fin del mundo

 

Una de las cuestiones más discutidas y publicitadas de Nostradamus, como sucede con todas las profecías que se sacan a la luz de vez en cuando, es la relativa al fin del mundo, o al menos al fin de la civilización en la que vivimos.

 

Fijándose en las Centurias, hay autores que hablan del año 3797, pero otros intérpretes de la obra del vidente francés adelantan ese momento crucial al año 2031. O al año 2015.

 

Pero si nos vamos más atrás y empezamos a repasar libros publicados anteriormente, nos podemos encontrar con muchas sorpresas. Una de ellas, sin ir más lejos, la hallamos en un comentario publicado en París en 1947. En él, los “expertos” en la obra del vidente provenzal señalan que, atendiendo a sus cuartetas, el fin del mundo estaba fijado para junio de 1999.

 

Y no sólo eso, sino que en el medio siglo anterior estaban previstos varios acontecimientos de gran importancia como la caída de la monarquía inglesa, la conversión de los protestantes, la derrota del mundo árabe… para terminar, como punto final al transcurso de la historia, con la aparición del Anticristo, el oscurecimiento del sol y un nuevo diluvio. Epílogo: el juicio final. Y se acabó.

 

La cuestión es que… esto hubo gente que se lo tomó en serio. Muchos recordarán que el 11 de agosto de 1999 se produjo un eclipse solar total.

 

Así que fue el terreno abonado para sacar a la luz, de nuevo, esa interpretación de las Centurias (X, 72) de Nostradamus y provocar el miedo en la gente: “El año mil novecientos noventa y nueve siete mes, / del cielo vendrá un gran Rey de pavor”.

 

Pasó el eclipse y todo siguió igual. Nada de pavor ni de destrucción. Por mucho que personas como el diseñador de moda Paco Rabanne defendieran en público el advenimiento del fin del mundo, basándose en Nostradamus. El modista francés hasta cerró sus tiendas y marchó de París, consciente de su responsabilidad de “prevenir a los humanos”.

 

¿Un verdadero profeta de Dios?

 

Hay un intérprete español de Nostradamus, José María Pueyo, que lo defiende a capa y espada como “un verdadero profeta, designado por Dios para cumplir la misión que a lo largo de la Historia cumplieron todos los profetas: la revelación de un mensaje de Dios a los hombres”.

 

Para Pueyo, “la naturaleza de este mensaje no puede ser otra que Su propia Existencia. Es decir, la profecía no es más que un vehículo que anuncia, a través de su verificación, una fuente de inspiración de procedencia divina”. Dice en más de una ocasión que fue “ayudado por la inspiración del Espíritu Santo”. Por eso este autor mantiene “la gran categoría de su persona y el carácter casi sagrado de toda su obra”. Vamos, toda una canonización del vidente provenzal.

 

Como acabamos de ver, hay creyentes que intentan legitimar las profecías de Nostradamus desde el punto de vista de la fe cristiana. ¿Es cierto esto?

 

La respuesta nos la da la Sagrada Escritura, donde los profetas desempeñan un papel fundamental. De hecho, una de las tres grandes partes del Antiguo Testamento está formada por los escritos proféticos (los llamados cuatro profetas mayores y doce menores).

 

Sin embargo, la Biblia distingue con gran claridad la adivinación de la profecía, siendo condenada la primera sin contemplaciones. Moisés llama al pueblo hebreo a no imitar las “abominaciones” que practican los pueblos paganos que habitaban la tierra prometida, y entre ellas señala a la existencia de vaticinadores, astrólogos y adivinos (Dt 18, 9-11). ¿La razón? Así de simple: “esas naciones que tú vas a desposeer escuchan a astrólogos y vaticinadores; pero a ti no te lo permite el Señor, tu Dios” (Dt 18, 14).

 

Como siempre, lo que está en el fondo es el primer mandamiento: reconocer, adorar y amar al único Dios, poniendo en él toda la confianza, entregándole la totalidad de la persona.

 

Es muy significativo que justo después de este rechazo de los adivinos, el Deuteronomio hable de los profetas. La pregunta es obligada, ya que de éstos se habla muy bien, y se dice que van a surgir nuevos profetas: ¿qué diferencia hay entre unos y otros? Esto es lo que le dice Dios a Moisés: “suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca, y les dirá todo lo que yo le mande” (Dt 18, 18).

 

El texto sagrado también aporta el criterio de discernimiento de la verdadera profecía a continuación: “cuando un profeta hable en nombre del Señor y no suceda ni se cumpla su palabra, es una palabra que no ha dicho el Señor: ese profeta habla por arrogancia, no le tengas miedo” (Dt 18, 22).

 

Léon Cristiani, canónigo francés, escribía en 1955 a propósito de Nostradamus que “conviene establecer una diferencia tajante entre adivinación y profecía. La auténtica profecía es cosa santa, tanto como la adivinación es algo frívolo o culpable. La profecía, para decirlo con una sola palabra, procede de Dios. La adivinación procede del demonio o de la astucia humana. Entre ambos existe una fosa infranqueable”.

 

Este sacerdote compatriota del famoso vidente juzgaba así un comentario publicado en su tiempo sobre los supuestos aciertos de Nostradamus “demostrados” por la historia: “una sola cosa nos tranquiliza un poco, y es que antes de los acontecimientos, las profecías de Nostradamus eran impenetrables”.

 

Muchos siglos antes, Cicerón hacía una crítica en su tratado De divinatione porque, según él, “la superstición extendida entre los pueblos ha hecho pesar su yugo casi sobre todas las almas, y ha tomado al asalto la imbecilidad humana”, dejando claro que “suprimir la superstición no es destruir la virtud de la religión”, pues “existe, efectivamente, una superstición que nos presiona, que nos persigue, hacia cualquier lado que nos volvamos, ya prestes oído a un profeta o escuches una palabra de presagio”.

 

 

Autor: Luis Santamaría del Río